miércoles, 25 de junio de 2025

SAN PEDRO Y SAN PABLO

 Mateo 16, 13-19


En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»

Ellos contestaron:

«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».

Él les preguntó:

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Jesús le respondió:

«¡Bienaventurado tú, Simón hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

 

COMENTARIO

Hoy celebramos la fiesta de San Pedro y San Pablo, dos apóstoles fundamentales de nuestra fe y de la Iglesia. En este día, recordamos su ejemplo de entrega, valentía y amor a Cristo, dejando una profunda huella en la historia y en nuestras vidas.

San Pedro, el apóstol llamado a ser la roca sobre la cual Jesús edificó su Iglesia, nos enseña la importancia de la fe y la confianza en Dios, incluso en los momentos difíciles. A pesar de su impetuosidad violenta, su cobardía, sus errores y dudas, Jesús siempre se fio de él, y Pedro nunca dejó de confiar en el amor de Jesús, y eso nos invita a nosotros a levantarnos tras la caída en la infidelidad al Señor, a perseverar en nuestra fe, confiando siempre en la misericordia de Dios.

Por otro lado, San Pablo, el apóstol de los gentiles, nos enseña el camino de la conversión y la pasión por anunciar el Evangelio que ayudarán a transformar las vidas de quienes se crucen en nuestro camino. Desde un perseguidor implacable de los cristianos, pasó a ser uno de los mayores predicadores de la palabra de Dios, llevando el mensaje de amor y esperanza a todos los rincones del mundo.

Ambos apóstoles se nos ofrecen hoy como modelos de seguimiento de Jesús y de entrega total a la tarea de extender la buena noticia del evangelio por el mundo adelante. Hoy les celebramos como mártires de la fe.

Al recordarlos un año más, reflexionemos sobre cómo podemos seguir su ejemplo cada día: fortaleciendo nuestra fe, siendo valientes en nuestra misión, amando sin límites y siendo modelos de vida cristiana para quienes conviven con nosotros. Que su ejemplo nos inspire a ser testigos fieles de Cristo en nuestras comunidades cristianas.

Hoy es un día para unirnos a nuestro papa León XIV: Agradezcamos el haber aceptado su tarea de guía de la Iglesia, renunciando a una vida más tranquila; escuchemos su palabra, apoyémosle en su tarea humanitaria y evangelizadora, y recemos por él. Que, particularmente en este día, sienta nuestra cercanía afectuosa y agradecida, y experimente la protección de los apóstoles Pedro y Pablo. Pidamos para él firmeza en la fe, confianza sin límites en Jesús resucitado, y espíritu de compasión y misericordia para con todos.

Que Dios nos bendiga y nos fortalezca en nuestro camino de fe. ¡Feliz fiesta de San Pedro y San Pablo!

miércoles, 18 de junio de 2025

CORPUS CHRISTI - C

 Lc 9, 11b-17


En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
- Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.

Él les contestó:

- Dadles vosotros de comer.

Ellos replicaron:

- No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.

Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos:

- Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.

Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.


COMENTARIO

Hoy celebramos la festividad del Corpus Christi. Con este motivo la Iglesia nos invita a meditar en el sentido de esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo. Celebramos la presencia del Señor en el pan y vino eucarísticos y así lo festejamos por nuestras calles en la multitud y diversidad de procesiones.

«Yo soy el pan de vida». Jesús, el Señor, el Hijo de Dios se nos ofrece como alimento. No solo nos alimentamos leyendo y meditando en sus palabras y hechos, que encontramos en el evangelio, sino también comulgando, para poder seguirlo con fidelidad. La participación en la eucaristía dominical no ha de consistir solo en la escucha atenta de su palabra, también hemos de alimentarnos con el pan y el vino, en los que se nos ofrece el mismo Señor. Él es quien nos da fuerzas para caminar como buenos seguidores suyos.

«Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros». Del mismo modo el Señor nos está invitando a entregar nuestra vida por los demás: nuestra ayuda económica, nuestras cualidades, nuestras fuerzas, nuestra entrega total e incondicional por todos, con especial atención a los más necesitados, exactamente como él hizo.

«Dadles vosotros de comer». Según esto, somos nosotros los llamados a alimentar a los hambrientos de pan y de la palabra de Dios. No podemos conformarnos con sentirnos nosotros satisfechos y dejar hambrientos al resto, que alza sus manos en actitud de desesperada necesidad. Tan solo después de estar dispuestos a poner nuestros bienes al servicio de todos, es posible pronunciar la acción de gracias, bendecirlo y ponernos a repartir con generosidad, es decir, acercarse a participar en la eucaristía dominical. No tiene mucho sentido acudir a participar en la eucaristía sin esta actitud de desprendimiento total de uno mismo y de lo que se posee. Si así lo hacemos, nos asombraremos del nuevo milagro de la multiplicación de los panes y peces.

«Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente». Este mismo gesto se repetía en las primeras comunidades cristianas, como nos lo refleja muy bien el libro de los Hechos de los apóstoles. Se reunían cada domingo, se recordaban las palabras de Jesús, sus hechos y sus milagros, que ahora encontramos recogidos en los relatos evangélicos; se bendecían y compartían los alimentos que cada uno había podido traer. Después de esta reunión dominical, los encargados salían a repartir, entre los más pobres, las donaciones que cada uno había traído a la reunión eucarística. Se recordaba así aquel primer gesto e invitación que había realizado el Señor en aquella primera multiplicación de los panes y los peces y que rubricó en la Última Cena.

La Iglesia nos sigue invitando a acudir cada domingo a participar en la celebración eucarística, la celebración de la entrega total e incondicional del Señor por nosotros, y a salir siempre comprometidos a entregar nuestra propia vida por los demás.

El Señor hoy, una vez más, nos invita, «¡Venid, comed, tomad: esto es mi cuerpo!" ¡Carne de Dios, verbo encarnado, encarna nuestra divina hambre carnal de ti!» (Miguel de Unamuno).