miércoles, 26 de noviembre de 2025

I DOMINGO DE ADVIENTO - A

 Mt 24, 37-44


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.

Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.

Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.

Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

 

COMENTARIO

«Visión de Isaías, hijo de Amós». Así comienza Isaías a lanzar su imaginación al viento y tejer un paraíso soñado para su pueblo Israel. Tal vez sea esto lo que nos falta a los hombres de nuestro tiempo y, en particular, a los cristianos:

Nos falta imaginación o carecemos por completo de ella, porque nuestra esperanza apenas ilumina las tinieblas de nuestro mundo. Son muchos, pero aún insuficientes los creyentes pletóricos de esperanza navegando en la barquilla de su imaginación por el revuelto mar del mundo, reavivando la ilusión perdida por tantos hombres. Necesitamos luces de esperanza que deslumbren nuestro mundo con su luz, nuevos Isaías, hombres ilusionados, llenos de paz, serenidad, armonía, compasión y perdón.

Hoy san Mateo nos invita a la vigilancia. Para un cristiano estar vigilante es estar esperanzado, pletórico de ilusión, optimista de la vida; porque se sabe salvado, redimido, amado por Dios Padre. ¿Pero quedará algo de esta fe, que avive nuestra esperanza, cuando vuelva el Hijo del Hombre? Jesús lo ponía en duda (Lc 18, 8).

Los israelitas, de peregrinación hacia la Ciudad Santa de Jerusalén, se olvidaban del sufrimiento y penalidades del camino ante la visión de la grandiosidad del Tempo en el que habitaba Yahvé, y prorrumpían en cantos de alegría, como el salmo 121 que rezábamos entre lecturas: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén».

Para el cristiano, el comienzo de un nuevo año litúrgico debe significar un rearme de ilusión; se trata de recargar las pilas para que nuestra lámpara alumbre al mundo con mayor brillo. Solo así seremos creíbles y tal vez nos pregunten por qué en medio de tantas desgracias humanas, en un mundo que se derrumba sobre nuestras cabezas, nos mantenemos en pie ante la venida del Hijo del Hombre.

Ahora bien, preguntémonos si realmente deseamos que el Señor venga, que llegue ya la plenitud de la vida que tanto añoramos. Si no es así, es que nos sentimos satisfechos con lo que somos y tenemos, despreocupados de los demás e incluso de nosotros mismos. El auténtico discípulo de Jesús es el que cree que el Reino ya se ha hecho presente en este mundo, pero aún no en su plenitud y, por lo tanto, no puede dejar de trabajar para que sea una realidad que el mundo alcance la paz y hermandad soñadas por el Señor.

La invitación de san Mateo a vivir preparados significa vivir ilusionados, esperanzados en nuestra tarea diaria de sembrar la paz y hermandad entre todos los hombres, sintiéndonos seguros en manos de Dios Padre.

San Pablo invita a los cristianos de su tiempo a estar despiertos, siendo conscientes del momento en el que viven. Revestíos del Señor Jesucristo, comenzando por desvestirse de envidias, borracheras, comilonas y toda clase de desenfrenos; en una palabra, vivir con dignidad. Esta es una buena forma de prepararnos ante la proximidad de la Navidad.

María nos acompaña a lo largo del adviento, tiempo de espera y esperanza: Ella esperó y alumbró al Hijo de Dios. ¡Avivemos nuestra lámpara de fe ante la inminente llegada del Hijo de Dios a nuestras vidas!

miércoles, 19 de noviembre de 2025

CRISTO REY - C

 Lc 23, 35-43


En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo:

-A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.

-Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:

-Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

-Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: "Éste es el rey de los judíos".

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

-¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.

Pero el otro lo increpaba:

¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada.

Y decía:

-Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

Jesús le respondió:

-Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.

 

COMENTARIO:

Si eres tú el rey... Esta es la condicional que viene, con alguna frecuencia, a nuestras mentes, cuando no acabamos de entender, o no comprendemos en absoluto lo del reinado de Dios. Si Dios es rey, ¿por qué el sufrimiento de tanta gente inocente?, ¿por qué no acaba de llegar de una vez su reinado?, ¿a qué espera?, ¿quién le impide mostrarse con claridad ante los descreídos?

¿Hasta cuándo seguirás olvidándome? ¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro? (sal 13), rezaba el salmista, que no comprendía el silencio de Dios ni su forma de expresarse; porque la verdad es que Dios no ha dejado de hablar con toda claridad y de comunicarse con nosotros desde la creación del mundo y del hombre.

Posiblemente aquí está la raíz de la enfermedad que padece nuestro mundo, satisfecho de todo y también cansado de todo. ¡Cuánto cuesta comprender el silencio de Dios, o, mejor dicho, aceptar su mensaje! ¡Qué difícil es aceptar su lenguaje y su forma de hacer las cosas! ¡Cuán impacientes somos!

El Señor es Rey, pero nada tiene que ver su forma de reinar con la imagen de gobernar de nuestros dirigentes. Ya nos lo advirtió Jesús cuando estuvo entre nosotros; sus apóstoles lo dejaron escrito en el evangelio para los que nos decidiéramos a seguirle: Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo... (Jn 18, 36).

Y es que el modo de reinar del Hijo de Dios es servir, ponerse al lado del oprimido, defender al condenado por todos, situarse junto al enfermo, acompañar al anciano, echar una mano al pobre, estar junto al moribundo... Su reinar no es imponerse por la fuerza, dar un golpe de efecto convincente, rebatir al sofista de nuestros tiempos, humillar al insolente, desposeer a los ricos, aplastar a los poderosos: esto sería caer en nuestro juego, adoptar nuestras normas de actuación.

Jesús, en el último momento de su vida, se pone del lado del malhechor arrepentido y le declara: Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43). Aquí, crucificados junto al Señor, es desde donde debemos reinar hoy los creyentes, aunque nos resulte incomprensible y difícil de aceptar esta forma de reinar, como seguramente tampoco la comprendía el malhechor crucificado.

Estar crucificados es estar con las manos atadas voluntariamente, no cayendo en la trampa que nos tiende constantemente el mundo, como ha hecho siempre con los profetas de todos los tiempos: Este no es de los nuestros, no se comporta como los demás, solo verlo da grima. ¡Acabemos con él, que se borre para siempre su apellido de la tierra de los vivos!, leemos en el Libro de la Sabiduría.

Señor, en este día, vengo a pedirte paz, sabiduría y fuerza. Hoy quiero mirar al mundo con ojos llenos de amor. Ser paciente, comprensivo y humilde. Ver a tus hijos detrás de las apariencias, como los ves tú mismo, para así poder apreciar la bondad de cada uno. Que solo los pensamientos que bendigan permanezcan en mí.