sábado, 11 de octubre de 2025

XXVIII DOMINGO ORDINARIO - C

 Lc 17, 11-19



Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

-Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

Al verlos, les dijo:

-Id a presentaros a los sacerdotes.

Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:

-¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

Y le dijo:

-Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

 

COMENTARIO

 

Hoy puede ser un buen día para que nos preguntemos por nuestro modo de vivir la fe cristiana.

El Segundo Libro de los Reyes nos ofrece un relato muy ilustrativo. El sirio Naamán, general del ejército de Siria, el enemigo número uno del pueblo de Israel, acude al profeta Eliseo a que le cure de la lepra.

En el evangelio, san Lucas nos habla de diez leprosos que acuden a Jesús a que les cure de la misma enfermedad: nueve eran judíos y uno extranjero.

Si leemos la narración del profeta Eliseo a la luz del evangelio de Lucas, que es como debemos leer los textos del Antiguo Testamento, sacaremos algunas conclusiones que nos pueden ayudar a mejorar nuestra vivencia cristiana.

Rezábamos en el salmo 97: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque Dios ha hecho maravillas», porque «los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios».

¿Cuáles son esas maravillas de Dios que hemos contemplado?

1º- Todos, sin excepción, hemos sido llamados a la salvación. La fe se nos ofrece a todos. Naamán, el sirio, se cura cuando acepta la fe de Israel, bañándose en las aguas del río Jordán. Sumergirse en el Jordán es sumergirse en la fe del pueblo judío. A partir de entonces ya no habrá otro dios para él. Todos somos hijos del mismo Dios cuando nos sumergimos en las aguas del bautismo, dando a las “aguas del bautismo” el sentido más amplio que queráis.

2º- Se acabó lo del pueblo elegido, predilecto de Dios: todos somos predilectos de Dios Padre, quien además se interesa con especial solicitud de los más débiles. El profeta Eliseo y Jesús así lo entienden.

3º.- Nos dice san Lucas que ya no es la Ley la que salva: a los nueve leprosos que van a presentarse a los sacerdotes, como estaba prescrito en la Ley, no les salva el cumplimiento de la misma. Quien salva es la fe: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado» -le dice Jesús al leproso extranjero agradecido.

4º- La fe no es moneda de cambio, es don, es gratuidad. El profeta Eliseo no acepta ningún regalo del general sirio curado. Jesús tampoco pide nada a cambio por sanar a los leprosos ni por anunciarle la salvación recibida de Dios al leproso extranjero.

Así pues, las lecturas de hoy nos invitan a los creyentes a ser católicos, o sea, universales, aceptando a todos como hermanos e hijos de un mismo Padre. La fe, traducida en buenas obras, es la que nos acerca a Dios Padre, no el cumplimiento escrupuloso de las normas. Finalmente, a Dios Padre le agrada el agradecimiento de sus hijos.

Que nuestra oración sea más de agradecimiento que de petición, pues ya Dios conoce, mejor que nosotros, nuestros deseos y nuestras necesidades.

miércoles, 1 de octubre de 2025

XXVII DOMINGO ORDINARIO - C

 (Lc17, 5-10)

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

-Auméntanos la fe.

El Señor contestó:

-Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esa montaña: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «enseguida, ven y ponte a la mesa?». ¿No le diréis: «prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú?». ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

 

COMENTARIO:

«Escribe la visión y grábala en tablillas» nos recomienda el profeta Habacuc en la primera lectura de este domingo. «Reaviva el don de Dios que hay en ti» –le aconseja san Pablo a Timoteo en la segunda lectura de este día.

¿Qué es lo que tenemos que grabar en tablillas y qué don tenemos que reavivar? Se trata de la fe, grabada gratuitamente en nuestro interior el día de nuestro bautismo. Y la fe es precisamente ese don que tenemos que reavivar, porque según el texto evangélico de Lucas lo tenemos casi muerto: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza…», cambiaríamos, sin duda, nuestro mundo para mejor.

¡Vaya ocurrencia también la de los apóstoles! Van y le piden a Jesús, sin previo aviso: «Auméntanos la fe»De sospechar la respuesta del Maestro, la petición hubiera sido otra muy distinta. Pues bien, Jesús, sin extrañarse –como si esperara la petición en cualquier momento, les dice: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza…»; con lo que les deja bien claro que su problema no se soluciona aumentando la fe, porque carecen de ella por completo.

¡Vaya sonrojo para aquel pequeño grupo! ¡Y ellos que ya se creían en un alto escalafón de la fe! Lo más sorprendente de todo es que Jesús, con este pequeño grupo de incrédulos, pretende transformar el mundo; y además lo va a conseguir. Dos mil años después de este hecho que Lucas nos cuenta comprobamos que la fe cristiana, testimoniada hasta las últimas consecuencias está revolucionando nuestro mundo en beneficio de toda la humanidad. Aunque nuestra propia fe esté un poco apagada, sin embargo, ahí está la fe de nuestros misioneros, de tantos cristianos comprometidos y de aquellos que veneramos ya como santos; los hechos lo atestiguan ampliamente.

Aprendamos la lección del pasaje evangélico de hoy: no creamos que basta ya la fe que tenemos; sin embargo, no caigamos en el desánimo tampoco, que el Señor cuenta con nosotros, con nuestra débil fe en él para construir su Reino.

¿Qué hacer? Muy sencillo: comencemos por pedir, desde la humildad, que el Señor avive la pequeña llama de fe recibida en el bautismo; y mantengamos su resplandor con ejercicios de caridad.

El apóstol Santiago dejó escrita esta frase lapidaria en su carta: «La fe sin obras es fe muerta». Preguntémonos ahora cómo estamos de fe y hagámonos esta sencilla reflexión en forma de pregunta: ¿Nos atreveríamos a pedirle a una montaña que se plantase en el mar? Pues está claro que el Señor aseguró que, si tuviéramos un poco de fe, trasladaríamos montañas o arrancaríamos los árboles de cuajo. Es así que no nos atrevemos a decir a un monte que se traslade, ni a un árbol que se arranque de la tierra, por temor a hacer el ridículo…, luego nuestra fe sigue siendo muy pequeña.

De todos modos –fuera de bromas– de vez en cuando nos vendría bien examinar nuestra calidad de fe: las obras de caridad que hagamos desinteresadamente pueden ser el mejor termómetro que mida la grandeza de nuestra fe.

Con la seguridad de ser escuchados, pidamos hoy al Señor como aquel pequeño grupo de apóstoles: Señor, «auméntanos la fe».