Jn 18, 33b– 37
En aquel tiempo, preguntó Pilatos a Jesús:
- ¿Eres tú
el rey de los judíos?
Jesús le
contestó:
- ¿Dices eso
por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilatos
replicó:
- ¿Acaso yo
soy judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí ¿Qué has
hecho?
Jesús le
contestó:
- Mi reino
no es de este mundo. Si me reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado
para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Pilatos le
dijo:
- Con que,
¿tú eres rey?
Jesús le
contestó:
- Tú lo
dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y por eso he venido al mundo; para ser
testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
COMENTARIO
Celebramos
hoy la fiesta de nuestro encuentro definitivo con Jesús, Rey y Señor del
universo. En ese momento final de nuestra historia humana encontrarán sentido
todas las vivencias: nuestra lucha personal por vencer el mal, nuestra entrega
generosa en favor de los demás, nuestras alegrías y también nuestras penas. El
Señor recogerá todo lo bueno, poco o mucho, que hemos logrado: por cada obra
buena, por insignificante que sea, tendremos una recompensa de felicidad. Hoy
celebramos esta fiesta final de la humanidad, que nos tiene que animar a
comenzar un nuevo año de trabajos en la tarea común de la construcción del
Reino que soñó Jesús.
En la
primera lectura de este día, el Libro de Daniel presenta al Hijo del Hombre, a
quien Dios da un poder total y todos los pueblos alabarán y respetarán.
En relación
con esta primera lectura está el salmo 92, que rezamos hoy. En él alabamos a
Jesucristo, que reina revestido de poder y majestad.
La segunda
lectura forma parte del inicio del libro del Apocalipsis. El autor nos recuerda
que Jesús derramó su amor en la Cruz por nosotros y ahora es el «príncipe de
los reyes de la tierra y nos ha convertido en sacerdotes para Dios, su
Padre».
En contraste
con estas tres primeras visiones, en el evangelio, el breve diálogo entre Jesús
y Pilatos revela unos rasgos que nos invitan a descubrir las características
del nuevo reino con el que Jesús sueña, características que conocemos
sobradamente los creyentes y que refrescamos en nuestra reflexión de hoy.
«Mi reino no
es de este mundo». Pilatos no entendía que pudiera haber un reino fuera del
mundo conocido y con una estructura diferente a los reinos conocidos. No
obstante, ahí quedaba la duda de que la propuesta del reino de Jesús pudiera
poner en peligro el actual orden establecido. San Juan insinúa precisamente
esto: Hay otra forma de entender el mundo y de gobernarlo.
El reino,
del que Jesús es rey, es un reino basado en relaciones de hermandad entre todos
los hombres. Dios se manifiesta como el Padre de todos y Jesús es enviado al
mundo como rey, hijo predilecto del Padre, para dar testimonio de la verdad; y
en esto consiste precisamente el ser rey: «ser testigo de la verdad».
Se trata de
un reino en el que quien quiera ser el primero ha de destacar por su entrega y
servicio hacia los otros; con especial solicitud hacia los pobres, los más
humillados, los más desamparados de entre los hermanos. Jesús destacará como
primero en dar su vida en la Cruz. Tras él, sus discípulos; también nosotros
estamos llamados a ser testigos de la verdad, es decir, llamados a dar nuestra
vida por los otros.
«Todo el que
es de la verdad, escucha mi voz». Los reinos de nuestro mundo están basados en
la mentira, en el engaño, en la extorsión, en la estafa, en la explotación de
los más pobres y débiles, en la humillación.
Así pues, en
el día de hoy, el último día del año litúrgico, meditamos en el final de la
historia humana de Jesús, que es también el final de nuestra propia historia.