miércoles, 18 de junio de 2025

CORPUS CHRISTI - C

 Lc 9, 11b-17


En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
- Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.

Él les contestó:

- Dadles vosotros de comer.

Ellos replicaron:

- No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.

Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos:

- Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.

Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.


COMENTARIO

Hoy celebramos la festividad del Corpus Christi. Con este motivo la Iglesia nos invita a meditar en el sentido de esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo. Celebramos la presencia del Señor en el pan y vino eucarísticos y así lo festejamos por nuestras calles en la multitud y diversidad de procesiones.

«Yo soy el pan de vida». Jesús, el Señor, el Hijo de Dios se nos ofrece como alimento. No solo nos alimentamos leyendo y meditando en sus palabras y hechos, que encontramos en el evangelio, sino también comulgando, para poder seguirlo con fidelidad. La participación en la eucaristía dominical no ha de consistir solo en la escucha atenta de su palabra, también hemos de alimentarnos con el pan y el vino, en los que se nos ofrece el mismo Señor. Él es quien nos da fuerzas para caminar como buenos seguidores suyos.

«Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros». Del mismo modo el Señor nos está invitando a entregar nuestra vida por los demás: nuestra ayuda económica, nuestras cualidades, nuestras fuerzas, nuestra entrega total e incondicional por todos, con especial atención a los más necesitados, exactamente como él hizo.

«Dadles vosotros de comer». Según esto, somos nosotros los llamados a alimentar a los hambrientos de pan y de la palabra de Dios. No podemos conformarnos con sentirnos nosotros satisfechos y dejar hambrientos al resto, que alza sus manos en actitud de desesperada necesidad. Tan solo después de estar dispuestos a poner nuestros bienes al servicio de todos, es posible pronunciar la acción de gracias, bendecirlo y ponernos a repartir con generosidad, es decir, acercarse a participar en la eucaristía dominical. No tiene mucho sentido acudir a participar en la eucaristía sin esta actitud de desprendimiento total de uno mismo y de lo que se posee. Si así lo hacemos, nos asombraremos del nuevo milagro de la multiplicación de los panes y peces.

«Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente». Este mismo gesto se repetía en las primeras comunidades cristianas, como nos lo refleja muy bien el libro de los Hechos de los apóstoles. Se reunían cada domingo, se recordaban las palabras de Jesús, sus hechos y sus milagros, que ahora encontramos recogidos en los relatos evangélicos; se bendecían y compartían los alimentos que cada uno había podido traer. Después de esta reunión dominical, los encargados salían a repartir, entre los más pobres, las donaciones que cada uno había traído a la reunión eucarística. Se recordaba así aquel primer gesto e invitación que había realizado el Señor en aquella primera multiplicación de los panes y los peces y que rubricó en la Última Cena.

La Iglesia nos sigue invitando a acudir cada domingo a participar en la celebración eucarística, la celebración de la entrega total e incondicional del Señor por nosotros, y a salir siempre comprometidos a entregar nuestra propia vida por los demás.

El Señor hoy, una vez más, nos invita, «¡Venid, comed, tomad: esto es mi cuerpo!" ¡Carne de Dios, verbo encarnado, encarna nuestra divina hambre carnal de ti!» (Miguel de Unamuno).

miércoles, 11 de junio de 2025

SANTÍSIMA TRINIDAD - C

 Jn 16, 12-15


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

 

COMENTARIO

Hoy celebramos la fiesta de nuestro Dios. Los teólogos clásicos quisieron dejarnos plasmada la imagen de Dios en sus tratados de teología, empleando un lenguaje que hoy se nos antoja difícil de entender: Dios es uno en tres personas, Dios Uno y Trino. Así lo memorizamos desde el catecismo, pero, a día de hoy, sigue antojándosenos tan incomprensible como cuando lo aprendieron nuestros antepasados.

Hoy vivimos en el mundo de la imagen: “Una imagen vale más que mil palabras” –decimos. Las nuevas generaciones están abiertas a la comprensión de las imágenes, los conceptos teológicos clásicos no están a su alcance, no satisfacen su curiosidad, ni les resultan comprensibles.

Dios Padre quiso hacerse comprensible haciéndose uno de nosotros –la mejor imagen que podía ofrecernos de sí mismo–, encarnándose en su hijo Jesús. De este modo sabemos que Dios no está tan lejos de nosotros ni nos resulta invisible. En su hijo Jesús lo vemos de la forma más perfecta que podamos llegar a conocer dentro de nuestras limitaciones. El modo de actuar de Jesús es el modo de actuar de Dios y el más perfecto que podemos llegar a alcanzar nosotros mismos; de modo que ahora viendo a su hijo Jesús y contemplando a los hombres, nuestros hermanos, vemos al mismo Dios presente entre nosotros. No es posible encontrarlo tan perfectamente en ningún otro lugar. Podemos afirmar que el hombre es la imagen más perfecta de Dios que podamos ver y llegar a comprender, dentro de nuestra propia finitud material y espiritual, teniendo en cuenta también nuestro pecado que ensombrece considerablemente la imagen de Dios.

Efectivamente, la imagen de Dios que reflejamos queda notablemente oscurecida por el pecado, por la maldad de la que aún no nos hemos liberado del todo; de aquí que, remedando a san Pablo, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, pongámoslo en acción y Dios Padre será más visible en el mundo entre nosotros. En la medida en que imitemos con mayor perfección a Jesús, imagen perfecta de Dios, conseguiremos ver a Dios con mayor claridad. No tenemos otro camino de saber quién y cómo es Dios Padre.

El Espíritu de Dios es esa fuerza, aliento de vida, vigor, buenos deseos, comprensión, perdón, compasión, generosidad, amabilidad, bondad, serenidad, paz, alegría: son lo que llamamos los dones del Espíritu, que están dentro de nosotros y nos impulsan a hacer siempre el bien. Se trata del mismo Dios, quien nos anima constantemente e incansablemente a la acción.

El papa Francisco nos dejaba esta imagen de Dios en el mes de junio de 2020: Queridos hermanos, la fiesta de hoy (Santísima Trinidad) nos invita a dejarnos fascinar una vez más por la belleza de Dios; belleza, bondad e inagotable verdad. Pero también belleza, bondad y verdad humilde, cercana, que se hizo carne para entrar en nuestra vida, en nuestra historia, en mi historia, en la historia de cada uno de nosotros, para que cada hombre y mujer pueda encontrarla y obtener la vida eterna.