miércoles, 1 de mayo de 2024

VI DOMINGO DE PASCUA - B

 Jn.15, 9- 17


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.

COMENTARIO:

Con las alegorías del Buen Pastor y del Viñador nos hemos hecho una idea de lo que puede ser el amor de Dios hacia nosotros. Sin embargo, una idea es siempre demasiado abstracta para comprenderlo; sentimos la necesidad de experimentarlo, verlo con nuestros propios ojos, sentirlo, tocarlo, palparlo como Tomás, para creer. Pues bien, el propio Señor nos revela cómo nos ama el Padre: lo mismo que nos ama Jesús, pues Jesús nos ha amado como el Padre le ha amado a él. El amor de Jesús, el Señor Resucitado, lo han sentido en su propia carne los apóstoles; y esta es la experiencia más clara y más comprensible del amor de Dios. No cabe otra manifestación más evidente.

No obstante, los apóstoles hace tiempo que ya no están con nosotros. No les hemos conocido ni visto cómo amaban en la vida real, tampoco hemos convivido con el propio Jesús, para hacernos una idea más clara de cómo amaba en realidad Jesús. ¿Con qué contamos entonces para saber cómo era ese amor, reflejo del amor de Dios Padre? Jesús ha amado a sus discípulos como el Padre le ha amado a él y los discípulos que convivieron con Jesús trataron de imitarlo. No tenemos otro camino para conocerlo más que el evangelio. Busquemos ahí gestos de amor de Jesús.

Recordemos algunos de ellos, pero hay muchos más, que nos darán una idea clara del amor de Jesús y, por lo tanto, del Padre hacia nosotros, sus hijos.

«¿Qué quieres que haga por ti?» -pregunta Jesús al ciego de nacimiento que le grita desde la orilla del camino a la salida de Jericó (Lc 18, 41).

En otra ocasión cura a diez leprosos sin excluir al que no era judío: «¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros» (Lc 17, 13).

«Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno» -le dice a la mujer adúltera (Jn 8, 10).

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» -en la cruz (Jn 23, 34).

Y así podemos ir revisando los textos evangélicos y descubriremos nuevos y sorprendentes gestos de amor que nos dan una idea clara del amor de Jesús, reflejos del amor que Dios Padre nos tiene a cada uno de nosotros.

Ahora que ya sabemos cómo nos ama Dios Padre, el Señor Resucitado nos deja su testamento: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado».

Inmediatamente nos puede surgir esta pregunta: ¿Hasta qué grado alcanza la barra de mercurio del termómetro de mi amor en esa meta de infinitos grados que el Padre marca como meta, para que nadie sospeche que ya ha llegado al último grado del termómetro del amor? Examinemos cada uno nuestra propia vida y comenzando por nuestro propio hogar y siguiendo por nuestros vecinos y nuestra propia ciudad y prolongando nuestra visión hacia el resto del mundo, veamos cuántos gestos de amor tenemos hacia los necesitados. Hay infinidad de ocasiones en las que podemos ejercitar nuestro amor y amar así a los otros como nos sentimos amados por Jesús.

En la eucaristía celebramos el gesto de amor máximo de Jesús hacia los hombres, dando su vida hasta morir en cruz. Imitémosle en nuestra vida.

miércoles, 24 de abril de 2024

V DOMINGO DE PASCUA - B

 Jn. 15, 1-8


Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.

 

COMENTARIO:

La imagen del Buen Pastor nos hace sentir amados por Dios Padre, y la imagen de la vid llega al culmen de la expresividad del amor que Dios nos tiene: Dios Hijo se funde con nosotros de tal manera que cada uno de nosotros somos brotes de una misma cepa, del propio Hijo de Dios.

El Señor Resucitado es la Vid y nosotros los sarmientos que recibimos la savia de la Vid. Esta planta es cuidada con verdadero esmero por el Padre, que es el labrador. De tal modo cuida de cada sarmiento que cuando nos debilitamos nos poda para vigorizarnos y dar así más y mejor fruto. Por nuestras venas corre savia abundante del Resucitado.

¿Entonces por qué hay tanto sarmiento decaído, desilusionado, seco, sin dar los racimos esperados de ese cuidado tan esmerado del Labrador? ¿Será que no corre la savia del resucitado por sus venas? ¿Tal vez se han desprendido de la Vid o rechazan la savia que les aporta?

Al fin y al cabo, nuestra única obligación es permanecer unidos a la Vid, con la lectura y meditación frecuente de la Palabra y la recepción de los sacramentos, particularmente la Eucaristía. El resto es tarea del Labrador.

San Juan recurre a la imagen de la vid. Habla de la vid, que aporta savia abundante a los sarmientos mientras estos permanecen unidos a la cepa principal, para dar fruto abundante. De la vid brotan estos sarmientos; pero también brotan otros sarmientos vigorosos, de hoja grande y de un verde intenso y brillante –los agricultores los llaman chupones–, pero al no prometer fruto, el labrador los corta para que no se alimenten de la savia de la cepa principal y resten fruto a los otros sarmientos.

En aquellas comunidades cristianas en las que abundan este tipo de sarmientos (chupones), la vivencia cristiana se debilita y poco a poco muere.

Dios Padre nos invita a todos a dar fruto, pues todos nos alimentamos de la misma savia, Jesús Resucitado. Es nuestro deber alimentarnos con la savia de la Palabra de Dios y el pan de la eucaristía cada domingo para luego dar testimonio de la fe que compartimos y robustecemos cada vez que nos reunimos en la celebración dominical. Ser buen cristiano no es apuntarse a una comunidad de creyentes el día de nuestro bautismo y con eso ya estamos en el número de los seguidores de Jesús, del mismo modo que un socio de un club se apunta y ya posee así todos los derechos de miembro de ese club. En el número de los creyentes no puede haber miembros pasivos, que únicamente reciben los beneficios de la comunidad y ellos no aportan nada. Hay que dar fruto –nos dice Jesús–, pues recibimos savia para dar fruto abundante de buenas obras.

Aprovechemos esta hermosa imagen que nos brinda san Juan en su evangelio para aplicárnosla a nuestra propia vida.

Nos recuerda Benedicto XVI que «un camino para mantenerse unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, es recurrir a la intercesión de María». Vamos a iniciar el mes de María, un buen momento para acudir a ella.