miércoles, 20 de noviembre de 2024

CRISTO REY - B

 Jn 18, 33b– 37


En aquel tiempo, preguntó Pilatos a Jesús:

- ¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús le contestó:

- ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

Pilatos replicó:

- ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí ¿Qué has hecho?

Jesús le contestó:

- Mi reino no es de este mundo. Si me reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

Pilatos le dijo:

- Con que, ¿tú eres rey?

Jesús le contestó:

- Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y por eso he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

 

COMENTARIO

Celebramos hoy la fiesta de nuestro encuentro definitivo con Jesús, Rey y Señor del universo. En ese momento final de nuestra historia humana encontrarán sentido todas las vivencias: nuestra lucha personal por vencer el mal, nuestra entrega generosa en favor de los demás, nuestras alegrías y también nuestras penas. El Señor recogerá todo lo bueno, poco o mucho, que hemos logrado: por cada obra buena, por insignificante que sea, tendremos una recompensa de felicidad. Hoy celebramos esta fiesta final de la humanidad, que nos tiene que animar a comenzar un nuevo año de trabajos en la tarea común de la construcción del Reino que soñó Jesús.

En la primera lectura de este día, el Libro de Daniel presenta al Hijo del Hombre, a quien Dios da un poder total y todos los pueblos alabarán y respetarán.

En relación con esta primera lectura está el salmo 92, que rezamos hoy. En él alabamos a Jesucristo, que reina revestido de poder y majestad.

La segunda lectura forma parte del inicio del libro del Apocalipsis. El autor nos recuerda que Jesús derramó su amor en la Cruz por nosotros y ahora es el «príncipe de los reyes de la tierra y nos ha convertido en sacerdotes para Dios, su Padre».   

En contraste con estas tres primeras visiones, en el evangelio, el breve diálogo entre Jesús y Pilatos revela unos rasgos que nos invitan a descubrir las características del nuevo reino con el que Jesús sueña, características que conocemos sobradamente los creyentes y que refrescamos en nuestra reflexión de hoy.

«Mi reino no es de este mundo». Pilatos no entendía que pudiera haber un reino fuera del mundo conocido y con una estructura diferente a los reinos conocidos. No obstante, ahí quedaba la duda de que la propuesta del reino de Jesús pudiera poner en peligro el actual orden establecido. San Juan insinúa precisamente esto: Hay otra forma de entender el mundo y de gobernarlo.

El reino, del que Jesús es rey, es un reino basado en relaciones de hermandad entre todos los hombres. Dios se manifiesta como el Padre de todos y Jesús es enviado al mundo como rey, hijo predilecto del Padre, para dar testimonio de la verdad; y en esto consiste precisamente el ser rey: «ser testigo de la verdad».

Se trata de un reino en el que quien quiera ser el primero ha de destacar por su entrega y servicio hacia los otros; con especial solicitud hacia los pobres, los más humillados, los más desamparados de entre los hermanos. Jesús destacará como primero en dar su vida en la Cruz. Tras él, sus discípulos; también nosotros estamos llamados a ser testigos de la verdad, es decir, llamados a dar nuestra vida por los otros.

«Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Los reinos de nuestro mundo están basados en la mentira, en el engaño, en la extorsión, en la estafa, en la explotación de los más pobres y débiles, en la humillación.

Así pues, en el día de hoy, el último día del año litúrgico, meditamos en el final de la historia humana de Jesús, que es también el final de nuestra propia historia.

El proyecto del reino de Jesús suena a utopía, pero es una visión clara y cierta del futuro que le espera a la humanidad, proyecto en el que Jesús comprometió su palabra y testificó con su muerte en cruz.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

XXXIII DOMINGO ORDINARIO - B

 Mc 13, 24 – 32


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos del extremo de la tierra al extremo del cielo.

Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.

 

COMENTARIO

Se aproxima el último domingo del año litúrgico. A lo largo de este año litúrgico, en el que vamos recorriendo lo que fue la vida de Jesús para tratar de plasmarla en nuestra propia historia de creyentes, nos enfrentamos a los diversos acontecimientos de nuestra propia vida y les damos un tinte evangélico de seguidores de Jesús. Encaramos ahora el final reflexionando sobre lo que será el final de nuestra propia historia humana y de creyentes.

Los primeros cristianos también se hicieron estas preguntas que ahora nos hacemos nosotros: ¿Cuándo y cómo será nuestro final? ¿Qué es lo que nos tiene preparado el Señor? ¿Qué debemos hacer para prepararnos para ese transcendental momento? San Marcos nos ofrece la luz de la fe, salvando la perspectiva y mentalidad propia de cada época.  

El Señor invita a sus discípulos a observar con atención una higuera brotando en los días que anteceden a la aparición de la primavera. La imagen ciertamente es expresiva y fácilmente quedaría grabada en la mente de sus oyentes. ¡Una higuera con sus brotes verdes es capaz de animar nuestra esperanza cristiana! ¿Quién lo iba a decir?

La higuera puede ser la imagen del mundo, de la Iglesia, de cada uno de nosotros mismos. ¿No vemos ya brotes verdes de esperanza en el mundo, en la Iglesia, en tantos grupos comprometidos, en nosotros mismos, en infinitud de personas cuya vida anima a vivir con alegría a otros? Pues si eso es así, es que el Reino está construyéndose entre nosotros; el fermento de la levadura está haciendo su efecto en la gran masa de la humanidad; el grano de mostaza se está transformando en arbusto, donde las aves se pueden cobijar; el Hijo del Hombre está haciéndose presente con todo su poder y majestad.

¿Somos tan ciegos que no vemos la transformación de nuestro mundo? Echemos una mirada a los acontecimientos de Valencia. Una muchedumbre inmensa está dejándose la vida para que otros puedan vivir con un poco de dignidad. Incontables voluntarios dedican horas, días e incluso toda su energía a enseñar, a dar de comer, a cuidar enfermos, a vestir a los sin ropa, a construir hogares, a abrir pozos de agua en el desierto; en una palabra, a predicar la Buena Nueva del Reino.

Sin embargo, somos tan ciegos que solo vemos el mal que avanza y se cuela por las grietas de nuestra humanidad; y ello nos impide apreciar el bien, porque el bien y la bondad son callados, no gritan, no organizan campañas de propaganda, no hacen ruido por temor a molestar.

Cuando nos sintamos desolados, con la impresión de que el mal se apodera de nuestro mundo, que se traga a la humanidad; cuando nosotros mismos nos sintamos desesperanzados porque no acabamos de vencer el pecado en nosotros mismos, en momentos de depresión, desolación o desesperanza, volvamos a contemplar la higuera y acordémonos de las palabras del Señor.

¡Cobremos ánimo! ¡El Señor está haciéndose presente entre nosotros con todo su poder y majestad! Y, cuando llegue ese último día –nos anima Jesús– vosotros manteneos en pie ante el Hijo del Hombre, porque os sabéis salvados: «¡Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación!» (Lc 21, 25-28).

Que este esperanzador anuncio nos mantenga entusiasmados en nuestra vida de seguidores de Jesús.