Mt 11, 2- 11
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel hablar de las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:
- ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos
que esperar a otro?
Jesús les respondió:
- Id a anunciar a Juan lo que estáis
viendo y oyendo: Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan
limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia
el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la
gente sobre Juan:
- ¿Qué salisteis a contemplar en el
desierto: una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver: un hombre
vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a
qué salisteis?: ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de
quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare
el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que
Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más
grande que él.
COMENTARIO
Dejémonos interpelar por Jesús: ¿Qué
salisteis a contemplar en el desierto? Y preguntémosle ¿Eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro? En nuestra sociedad occidental cada
día aumenta el número de los que ni siquiera salen a contemplar nada ni a
nadie. El deseo de algo o alguien novedoso y la capacidad de asombro y
admiración van perdiendo terreno en nuestro quehacer cotidiano; nos sentimos
tan desengañados por lo visto hasta ahora que hemos perdido la ilusión por algo
nuevo, que transforme nuestras vidas, que nos saque de la monotonía y
mediocridad en la que nos hemos instalado y nos sentimos cómodos. Algo
semejante les pasaba a los judíos en tiempos del profeta Isaías. Fue necesaria
una gran imaginación, por parte de este profeta, y una convincente oratoria
para sacarlos de su desilusión.
Hoy seguimos necesitando de profetas que
aviven nuestra esperanza de que algo está para venir, y rejuvenecerá nuestras
vidas.
Es más, si aguzamos la vista y abrimos el
oído, ya está aquí lo novedoso, lo que cambiará nuestras vidas. Solo
necesitamos a alguien que nos ayude a discernir con claridad lo que
contemplamos. ¿Qué salisteis a ver? –nos pregunta Jesús–. En la
figura de Juan el Bautista hemos de contemplar algo más que un simple profeta,
un hombre estrafalario con tintes de visionario; porque si únicamente nos
quedamos con su aspecto externo, no dejará de ser otra novedad más, que en
pocos días pasará al baúl de los recuerdos.
En el siglo XXI los cristianos serán
místicos o no serán –nos advirtió Karl Rahner al final del siglo XX. Es decir,
que hemos de ser contemplativos, ahondar en el conocimiento profundo de las
personas y de los acontecimientos; porque si no, nos pasará como a los
israelitas en tiempos de Juan el Bautista. Muchos fueron los que se acercaron a
contemplar aquella figura austera, de voz recia y de corazón encendido del celo
de Yahvé. Sin embargo, fueron pocos los que siguieron su consejo de ir a ver a
Jesús y preguntarle si era él quien había de venir, el deseado de las naciones;
y es que la mayoría de los israelitas esperaban otro mesías, con otra
respuesta.
Hoy nos sigue pasando lo mismo que en los
tiempos de Jesús: esperamos otro mesías, otra iglesia, otros representantes de
Dios y no los que tenemos. Queremos un mesías, un Jesús, una iglesia, un papa,
unos obispos, unos sacerdotes hechos a nuestra medida. Y, como en tiempos de
Jesús, sigue habiendo ciegos, sordos, cojos y pobres, exactamente igual que
entonces. Y es que no acabamos o no queremos entender que hemos de ser nosotros
los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos, los pies de los cojos y los
enriquecedores de los pobres, los que conformamos esa iglesia que soñamos.
Hoy ya no siempre se nace en el seno de
una familia cristiana, ni siquiera religiosa; tampoco nos arropa una sociedad
de mayoría cristiana y practicante. De aquí que las palabras del gran teólogo
Karl Rahner sean tan actuales. Tenemos que abrirnos a una experiencia personal
de Dios: experimentar en nosotros mismos que hay un Dios que es Padre y nos ama
incondicionalmente hasta hacerse hombre y dar su vida por nosotros. Esto lo
viviremos en Navidad, pero me temo que no podemos esperar ayuda de la sociedad,
tal vez poca o ninguna de la propia familia e insuficiente de la propia
comunidad cristiana.

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