miércoles, 31 de agosto de 2022

XXIII DOMINGO ORDINARIO - C

 Lc 14, 25-33


En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo:

-Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?

No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:

«Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar».

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?

Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.


COMENTARIO:

El evangelista san Lucas nos presenta hoy a Jesús de camino hacia Jerusalén, lugar en el que será entregado, juzgado y ejecutado como un malhechor, dando así testimonio con su vida de su doctrina. San Lucas nos dice que «le acompañaba mucha gente». En este texto que hoy meditamos Jesús deja muy claro que a él no le preocupa el número de sus seguidores, sino la calidad de los mismos. De toda esa muchedumbre que le sigue van a ir dándose de baja un buen número de ellos ante las exigencias que supone seguir a Jesús para completar su proyecto del Reino. Ser discípulo de Jesús no es simplemente caminar junto a él, admirarse de su doctrina, aplaudir sus obras y maravillarse de sus milagros; hay que renunciar a los bienes materiales, e incluso a lo más querido en la vida, la familia y olvidarse de sí mismo, cargando con la propia cruz tras el Señor.

Para Jesús no vale como respuesta a su llamada la expresión ‘depende’, poniendo condiciones. El seguimiento de Jesús, aceptar su proyecto del Reino exige un sí decidido y meditado. La llamada nos la hace a todos, pero no nos pide que le respondamos de inmediato; antes debemos sopesar bien todo, calcular nuestras fuerzas, medir nuestras disposiciones, ver hasta dónde llega nuestra generosidad. Si hacemos mal los cálculos, corremos el riesgo del constructor de la torre: hacer el ridículo; para ello es necesario antes meditar, reflexionar en serio en lo que supone el seguimiento de Jesús: renunciar a los bienes materiales, a la familia y a sí mismo.

Para nuestra reflexión, el Señor nos ofrece unas pistas: hay que estar dispuesto a dejar todo, incluso lo más querido como puede ser la propia familia. Se trata de lanzarse al vacío, fiarse totalmente de él.

Los santos se decidieron a seguir con su cruz tras las huellas del Señor, se fiaron totalmente, sabían que contaban con la ayuda del Señor, con su compañía y ánimo. Al final estará la recompensa, que no faltará. Y no solo los santos, sino también tantos y tantos creyentes, misioneros y trabajadores voluntarios en el proyecto de construcción del Reino, que se han lanzado al vacío y siguen, a pesar de las dificultades, empeñados en llegar a la meta. Han optado por entregarse a los más pobres y desfavorecidos, esos que a la mayor parte de la sociedad les resultan molestos, porque les interroga su vida tranquila y acomodada, conseguida ciertamente con trabajo y muchas renuncias.

La invitación ahí está ante nosotros. El Señor invita a cada uno de la multitud que le sigue camino de Jerusalén. Ahora se trata de considerar qué estamos dispuestos a dar, de qué nos vamos a desprender, si somos capaces de dejarlo todo, si nos vamos a fiar del Señor. Solo entonces podemos dar el paso adelante: decir sí al Señor y que estamos dispuestos a dejar todos nuestros bienes por él, esos bienes que nos proporcionan una vida tranquila. ¡La recompensa final lo merece!

Así pues, ser cristianos es de intrépidos, no de pusilánimes ni de indecisos. Jesús era muy consciente de ello y sabía que eran pocos los que lo seguirían. Peso a ello, ahí está la propuesta del Reino, que también nos la hace a nosotros hoy.

Señor, al celebrar ahora en la eucaristía tu entrega generosa por la salvación de todos los hombres, danos un corazón nuevo, más generoso y entregado a los más necesitados. Que vean en nuestra entrega desinteresada el amor que Dios Padre les tiene.

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