Lc 19, 1-10
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
-Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
-Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor.
-Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús contestó:
-Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
COMENTARIO:
Es necesario apostar siempre a favor de la bondad oculta en el fondo del corazón humano, compartir el optimismo de Dios Padre por el hombre, incluso cuando este haya perdido la confianza en Dios e incluso en sí mismo: Tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida (Sab 11,26). Todas las criaturas esconden una tenue luz de amor bajo la capa de miseria y de pecado. Dios puede hacer germinar esa pequeña semilla y conseguir que dé fruto. La historia de Zaqueo es un buen ejemplo de todo esto.
Jericó refleja el mundo de la opulencia: ciudad residencial por excelencia en los tiempos de Jesús; allí solo tienen acogida los ricos instalados en su fortín de bienestar y olvidados de los pobres que mendigan por las calles de la ciudad.
Sin embargo, hay una excepción entre los ricachones de Jericó. Un tal Zaqueo, siente la curiosidad de conocer a Jesús, ese taumaturgo del que tanta gente se hace lenguas. No es que necesite nada de Jesús, pues parece vivir desahogadamente: es nada menos que jefe de los publicanos y además rico; ni siquiera es hijo de Abrahán; por lo tanto, tiene la tarjeta de identidad precisa para que Jesús no se fije en él, y si es el caso le eche en cara sus fraudes y robos. No obstante, la curiosidad puede más en él y no duda en adelantarse a la multitud y trepar a una pequeña higuera. San Lucas afirma que salió grandemente beneficiado de este gesto: Jesús le otorgará nada menos que el título de hijo de Abrahán, con el que conseguirá la pertenencia al pueblo escogido y, por lo mismo, la salvación.
La actitud de Zaqueo es digna de elogio e imitación; seguramente eso es lo que pretende decirnos san Lucas. Zaqueo se sobrepuso a esa multitud que le impedía ver a Jesús; no le importaba el descrédito entre los suyos, el grupo de los acaudalados y gente bien de la ciudad; al fin y al cabo, él sólo pretendía ver a ese profeta extraordinario de su tiempo. El final de esta pequeña historia es que salió totalmente transformado.
San Lucas nos está diciendo que un pequeño gesto de cercanía al Maestro transformará nuestra vida: toda una historia llena de esperanza. Sin embargo, hemos de salir de la masa de la multitud, que nos impide aproximarnos a Jesús; hemos de superar la vergüenza de adelantarnos y quedar en evidencia al subir un peldaño por encima de los demás, que prefieren seguir en el mismo nivel para no llamar la atención, para no ser diferentes de los otros. Finalmente, hemos de sentir la curiosidad suficiente por ver al Señor, que venza todos estos obstáculos. Lo demás es obra del Señor: Él dará un rumbo nuevo a nuestras vidas.
Señor, fiel a tus palabras y bondadoso en todas las acciones que emprendes (sal 144). Señor, que amas la vida y estás siempre a favor de los hombres que tú creaste (Sab 11, 23 – 12, 2). A quienes en este día nos acercamos a escuchar tu palabra y compartir el pan de la eucaristía, revélanos una vez más tu predilección por nosotros para que se afiance nuestra fe y confianza en ti.
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