Lc 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los
hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está
molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a
importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les
hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?».
COMENTARIO:
Nos
cuentan los biógrafos del Santo Cura de Ars que este respondía a un joven
sacerdote que se lamentaba de no ver los frutos de sus desvelos pastorales: ¿No
será que no rezas con fe?, ¿no será que no lo haces frecuentemente?, ¿no será
que no lo haces con insistencia?
Aquí
está la clave de nuestra oración, de nuestras plegarias: fe, frecuencia e
insistencia.
Jesús
siempre pedía un poco de fe a los enfermos para ser curados y salvados. El
ciego que grita, tras el Maestro, al borde del camino de Jericó (Lc 18,35-43),
pidiendo insistentemente compasión, consigue el milagro por su perseverancia.
El centurión romano consigue que su siervo recupere la salud por su fe ciega
(Mt 8:5-13), sin que sea necesario que el Maestro vaya a su casa. El hombre
enfermo, que llevaba 30 años implorando día tras día ante la piscina de
Bethesda, consigue el milagro de la curación (Jn 5).
Hoy
nos quejamos que no se dan los milagros que se daban en los tiempos de Jesús.
Unos afirman que hoy ya no los necesitamos, porque tenemos una fe sólida; otros
afirman lo contrario: nos falta fe para que se produzcan los milagros de
antaño; no falta quien diga que hoy la ciencia explicaría fácilmente los
prodigios de Jesús. ¿A quién hacemos caso?
Los
signos externos muestran que el número de creyentes practicantes disminuye en
nuestras iglesias europeas; por tanto, la fe está debilitándose a marchas
aceleradas. Los que permanecen firmes en la fe también corren el peligro de desalentarse
al quedar tan solos. Ya el propio Jesús vislumbraba este futuro: ¿Quedará algo
de esta fe cuando venga el Hijo del Hombre? ¿Son, pues, hoy necesarios los
milagros que reanimen la fe en la presencia del Reino entre nosotros? Con
seguridad, más que en los tiempos de Jesús; pues la ciencia parece estar
ocupando el puesto que le corresponde a Dios, al menos así lo ven los faltos de
fe. Disminuye el número de los que afirman que la ciencia se fundamenta en Dios
y procede de él; y Dios Padre se alegra de que cada vez seamos más sabios y
mejores científicos, porque este camino nos llevará a él, la Ciencia Suprema.
Sin
embargo, no lo olvidemos, hoy lo que nos falta a los creyentes pusilánimes es
fe, constancia y frecuencia en la oración. Solo así se consigue vencer nuestra
falta de esperanza.
Dios
Padre escucha al momento y atiende siempre. Nos lo acaba de decir Jesús, el
Señor, su Hijo Predilecto, que conoce bien la bondad de Dios Padre: Os digo que
les hará justicia sin tardar. Santa Teresa de Jesús nos dejó este corto poema
de recuerdo: Nada te turbe,/ nada te
espante,/ todo se pasa,/ Dios no se muda, /la paciencia todo lo alcanza./ Quien
a Dios tiene/nada le falta,/ solo Dios basta.
Danos, Padre, la gracia
de orar con pocas palabras, dejando que hable el corazón: oración larga en el
tiempo empleado, corta en las palabras usadas, lloros del corazón, repetidos
tantas veces como nos lo pida el mismo corazón, clamor al Padre con toda
libertad, con toda sencillez (san Carlos de Foucauld).
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