miércoles, 16 de junio de 2010

XII DOMINGO ORDINARIO - C

EL SEGUIMIENTO DE JESÚS
SAN LUCAS 9, 18- 24
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
-¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron:
-Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
-El Mesías de Dios.
El les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
-El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
-El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.


COMENTARIO:

Este relato evangélico lo escuchamos varias veces a lo largo del año litúrgico. Y así está bien, porque es bueno que los cristianos nos hagamos, una y otra vez, la pregunta: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?. Con relativa frecuencia olvidamos quién es Jesús, lo que significa para cada uno de nosotros, y nos construimos imágenes mentales que tergiversan la realidad. Por ello es bueno hacerse, de vez en cuando la pregunta: ¿Quién es Jesús para mí? Luego hay que reencontrar la respuesta adecuada en la meditación del evangelio y en la oración contemplativa, esa respuesta que un día dimos y que nos animó a seguir al Señor con todas las consecuencias.
La respuesta la tenemos en el texto evangélico. Ahora se trata de ahondar en su significado, o mejor refrescarlo y enderezar o corregir caminos mal iniciados en el seguimiento del Señor.
Es fácil aceptar que Jesús es el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios; sin embargo profundizando en el significado de esas palabras advertimos que no es tan fácil admitir que esos nombres llevan consigo el sufrimiento, la pasión y la muerte en cruz. Lógicamente también llevan la resurrección, pero no sin haber pasado por todo lo anterior.
Ahora bien, admitir que Jesús, el Señor, debe pasar por todo ello implica que el discípulo, comprometido a seguirlo, debe pasar por lo mismo: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo.
De modo que a los cristianos nos viene bien recordar dónde nos hemos metido al comprometernos a seguir al Señor. No olvidemos tampoco que el final es la resurrección gloriosa; esto solo ha de bastarnos para animarnos a seguir con entusiasmo al Señor, seguros de haber escogido el mejor camino.

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