En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
COMENTARIO:
Del texto de san Mateo parece desprenderse que este va dirigido a una pequeña comunidad de creyentes; no obstante, es válido para una gran comunidad e incluso para toda la Iglesia.
Las primeras comunidades cristianas eran grupos reducidos que se reunían cada domingo en casa de uno de ellos para recordar los dichos y hechos de Jesús; al menos así me imagino yo el comienzo del cristianismo y así se desprende del relato de Lucas en los Hechos de los Apóstoles: Escuchaban el relato de los apóstoles, tal vez leían alguna carta enviada a la comunidad, celebraban la Acción de Gracias (eucaristía) y atendían a las necesidades de los más pobres…
Las manifestaciones masivas de fe, las celebraciones multitudinarias están bien como broche a una vivencia personal o de pequeño grupo; pero no es ese el cristianismo que renovará el mundo, que extenderá la fe por los diversos rincones de la tierra. Estos eventos pueden ser un estímulo para seguir adelante en nuestra vivencia del evangelio, pero no mucho más.
El futuro de la Iglesia, del cristianismo tal vez nos lo está retratando hoy san Mateo en el relato evangélico: pequeñas comunidades que viven intensamente su fe y la proyectan en la sociedad en la que viven, transformándola.
Los creyentes tenemos que volver a mirarnos en los primeros tiempos del cristianismo: aquellas comunidades reducidas (reales o utópicas) que nos describen los evangelistas, particularmente san Lucas en los Hechos de los Apóstoles: comunidades con plena autoridad del Señor para perdonar y corregir al hermano, con la eficacia de la plegaria en común ante el Padre y con la presencia constante del Señor hasta el final de los tiempos.
Así pues, no hemos de desanimarnos por ser pocos los que nos reunimos a celebrar la eucaristía o cualquier otro sacramento. En ese pequeño grupo reside la fuerza de la transformación del mundo. Las enormes catedrales, los amplios templos, construidos para albergar grandes multitudes están vacías; lo importante es que la fe vivida en las pequeñas comunidades de creyentes se mantenga siempre. Imaginemos las celebraciones de fe de la Iglesia del futuro en pequeñas asambleas familiares. Bastan dos o tres reunidos en el nombre del Señor, para ser escuchados por Dios Padre.
Sin duda, que la fe de nuestros cristianos necesita de un proceso de purificación y renovación. ¿Habrá que volver al inicio del cristianismo?
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