miércoles, 21 de diciembre de 2011

NATIVIDAD DEL SEÑOR - B

SAN LUCAS 2, 1- 14
En aquel tiempo salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo:
-No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
-Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

COMENTARIO:
Hoy es el día en el que ya no nos es posible retardar nuestra toma de postura ante Dios que se hace hombre. Ante el Dios que se hace uno de nosotros no cabe quedar indiferentes. En aquel momento histórico de su nacimiento todos toman postura: En las posadas de Belén no hay sitio para el Hijo de Dios, los pastores acuden al portal a adorarlo, Herodes le inquieta sobremanera que alguien le pueda echar del trono, los Magos de oriente siguen la luz de la estrella y reconocen en el recién nacido al Salvador. No cabe pues la indefinición, el pasar de tan singular acontecimiento.
El propio Dios toma postura en esta noche de Navidad: Viene en son de paz, nos brinda la salvación de forma gratuita, no viene a ajustar cuentas con el hombre, viene el perdón por adelantado.
En nuestra decisión está nuestro futuro; de nosotros depende el que este grandioso acontecimiento nos transforme. Dios ha pronunciado su Palabra, nos ha abierto su corazón acogedor.
¿Qué debemos hacer ahora nosotros? El ángel del Señor nos presenta la señal que nos marca el camino: ‘Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’. Ahora bien, aceptamos esta forma de hacerse hombre por parte de Dios o la rechazamos y seguimos nuestro camino.
Dios se encarna en la más absoluta indigencia: sin hogar, sin los mínimos recursos humanos; nadie le espera, salvo José y María; pasa inadvertido sus primeros treinta años y, cuando se va dando a conocer, suscita la desconfianza, el rechazo de las autoridades, la indiferencia de no pocos, y tan solo la admiración momentánea del pueblo ante sus signos prodigiosos; en el momento de su muerte en la cruz, se queda absolutamente solo.
Ciertamente que no es fácil aceptar un Dios así. Sin embargo, es la forma más clara que Dios tiene de mostrarnos su amor incondicional. Es más, nos pide que nosotros imitemos su propio actuar y nos encarnemos en el mundo como él lo ha hecho. No hay otro camino de ser hijos de Dios Padre: ser hermanos los unos de los otros sin exclusión de nadie.

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