Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: "¡Abba!" (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
COMENTARIO
‘Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón’. Esto es lo que San Lucas nos dice de María. Por encima de todos los acontecimientos esperados y de los extraordianrios que le suceden al hijo de María, a san Lucas le quedó gravada esta expresión de intimidad que María sin duda les pudo manifestar a aquellos primeros cristianos: Ella iba guardando en el recuerdo todo lo que acontecía en torno a su hijo. Diremos que cualquier madre hace lo mismo referente a cada uno de sus hijos; ciertamente, pero María observaba que no todo lo que acontecía en torno a su hijo era corriente, que había hechos, manifestaciones proféticas que se decían de él, que no eran del común acontecer de los mortales. El caso es que María interiorizaba los acontecimientos de cada día.
La clave de la Navidad está aquí. En la medida que interioricemos el mensaje de Navidad, habremos vivido con fruto la Navidad de cada año.
Hoy san Pablo nos ayuda en esta tarea de interiorización. Dios Padre, en su inmensa bondad nos ha adoptado como hijos, con todos los derechos de su propio Hijo, a quien envío a este mundo para rescatarnos de la esclavitud de la Ley. Y hemos recibido el Espíritu, que nos da el poder de llamar a Dios: ‘Abba’. Y, por ser hijos, también compartimos la hernecia del Hijo de Dios.
Es bueno que en estos días de la Navidad interioricemos con María todo lo que acontece en torno a Jesús, para así percibir la gran riqueza que supone la Navidad para el cristiano.
¡Que la alegría exterior sea fruto de la contemplación y reflexión interior!
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