miércoles, 1 de mayo de 2013

VI DOMINGO DE PASCUA - C

LIBRO DEL APOCALIPSIS 21, 10-14.22-23

El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, de jaspe traslúcido. Tenia una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados; los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. El muro tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de los Apóstoles del Cordero. Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

COMENTARIO

San Juan trata de avivar la esperanza de la comunidad creyente con la visión final del triunfo de Dios sobre los poderes del mal, que en ese momento se manifiestan en la crueldad de las persecuciones. Para ello el autor del Apocalipsis recurre a la imagen deslumbrante de una ciudad, semejante a la ciudad de Jerusalén, que todos conocen. Sin embargo, esta nueva Jerusalén, deslumbrante de luz y esplendor, ya no necesita del templo ni de lámparas que lo iluminen; el templo es el mismo Dios y su gloria lo ilumina por medio del Cordero, que es su lámpara. Juan rememora también aquí el encuentro de Jesús con la samaritana: Ya no habrá que ir a adorar a Dios al templo de Jerusalén, sino que habrá que adorarlo en espíritu y verdad allí donde nos encontremos; porque él está en todas partes.

Esta visión representa la meta final que nos espera a los discípulos de Jesús; no obstante, esta ilusión pretende alentarnos en nuestro peregrinaje de pasión y muerte en cruz. El camino que hemos de recorrer es el mismo del Maestro, pero se nos garantiza el mismo triunfo final: habitar en la ciudad de la luz sin ocaso, que simboliza la felicidad sin fin; en contraposición a la actual ciudad de las tinieblas, donde impera el dolor y la amargura.

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