jueves, 26 de septiembre de 2013

XXVI DOMINGO ORDINARIO - C

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 6, 11-16
Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos. En presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato: te insisto en que guardes el Mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo, que en tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor e imperio eterno. Amén.

COMENTARIO

Hermosa síntesis de la carta a Timoteo: ‘Te insisto en que guardes el Mandamiento sin mancha ni reproche’. Todo lo dicho en la carta se resume en la custodia del mandato del amor: En él se encierran todas las normas y mandatos de la Ley.
Si practicamos la justicia, la piedad, la delicadeza, la paciencia…, caminamos por el sendero de la Ley del Amor, y con el tiempo conseguiremos llegar a la meta del Amor. Si no vamos por esta senda, difícilmente nos podrá salvar Dios; y no porque él no quiera, sino porque nos sentiremos a disgusto en el ambiente en el que vive el Amor. Quien disfruta plenamente un buen partido de fútbol es aquel que se ha ejercitado en este deporte o en esta afición; en cambio este deporte aburre soberanamente a quien nunca lo practicó, ni se aficionó con la liga, ni fue hincha de algún futbolista o de un equipo. Algo así sucede con el amor: Quien no se ejercita en obras de amor, nunca disfrutará amando. El amor es un don, pero hay que trabajarlo para disfrutarlo.
Hemos de ejercitarnos en las obras del amor, condición indispensable para que un día aceptemos el amor pleno que nos ofrezca Dios Padre.
Participar en la eucaristía de cada domingo es compartir el pan y el vino, es dar y darse. Luego, la vida en la familia, en la calle, en el trabajo ha de ser un reflejo de la celebración y participación en la eucaristía. La salvación es un don gratuito, pero hay que conquistarla. 'La posesión definitiva de la vida eterna es el resultado de la conjunción de la gratuidad y el compromiso arriesgado hasta la muerte’.
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