miércoles, 9 de octubre de 2013

XXVIII DOMINGO ORDINARIO - C

SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 2, 8-13
Querido hermano:
Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna. Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

COMENTARIO

Pablo se encontraba encadenado físicamente; por lo tanto, no podía ir por las comunidades anunciando el evangelio de viva voz, si bien lo hacía a través de sus cartas. De este hecho él toma pie para hablar a las comunidades, a través de su carta a Timoteo, del encadenamiento de la palabra de Dios. En Pablo no está encadenada esta palabra. Él sigue anunciando y dando testimonio del evangelio desde la prisión, siendo consciente de que ello le acarreará la muerte.
Una vez más, Pablo se nos ofrece como ejemplo a seguir. Cuántas veces la vergüenza, el miedo a perder la propia estima, el círculo de amigos, tal vez el trabajo y hasta el mismo aprecio familiar… nos impiden anunciar con valentía y dar testimonio del evangelio.
Ciertamente que aquí tenemos un punto de meditación para este día. ¿Estamos dispuestos a arrostrar la cárcel, es decir, a perder nuestro bien ganado prestigio, posición social, imagen… por el evangelio? ¿Hasta dónde soy capaz de dar testimonio de vida cristiana? ¿Sería capaz de ser fiel hasta dar la propia vida? San Pablo lo fue, como lo fue el propio Jesús y tantos y tantos discípulos del Señor a lo largo de la historia del cristianismo.
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