jueves, 28 de mayo de 2015

LA SANTÍSIMA TRINIDAD - B

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 14,17
Hermanos: los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para también ser glorificados con él.

COMENTARIO

Un día le pregunté a un hortelano por qué las lechugas que él había plantado en su huerto al mismo tiempo no crecían de igual modo. Trató de darme una explicación razonable: Tal vez no todas han recibido la misma cantidad de riego, quizás no llegó el abono a todas en la misma cantidad, seguramente la helada afectó a unas más que a otras, sin duda que a algunas las ha cogido el sol en exceso… Al verme no convencido del todo y cuando se le acabaron sus argumentos, cerró su explicación: «De todos modos, en algún caso no deja de ser algo misterioso que escapa a mis conocimientos».
Un famoso cuadro de Rubens nos pinta a san Agustín paseando pensativo por la arena de la playa, preocupado por encontrar una explicación al misterio de Dios. El cuadro nos muestra al santo preguntando a un niño entretenido en llenar de agua un agujero excavado en la arena:
- ¿Qué haces ahí echando agua en ese hoyo?
- Intento meter el agua del mar en él.
- No ves que eso es imposible, no te va a caber toda el agua en él.
El niño le replicó:
- Tampoco Dios cabe en tu inteligencia.
De hecho, san Agustín tardó catorce años en terminar su libro.
Muchos años antes, el autor de la carta a los romanos, seguramente después de haber dado muchas vueltas al misterio de Dios, nos dejó una sencilla explicación que supera en sabiduría, sencillez y claridad a la de nuestros inteligentes teólogos de siglos posteriores: El Espíritu de Dios lo llevamos dentro de nosotros y lo sabemos porque somos capaces de llamar a Dios Padre y, por lo tanto, nos sentimos hermanos de Jesucristo, el Hijo. Con esto nos basta. De aquí se deduce todo lo demás: Somos coherederos con Cristo, capaces de amar como el mismo Cristo nos amó y manifestar así al mundo que Dios Padre se desvive por todos sus hijos y que los más débiles son sus preferidos.
Feliz día de la Santísima Trinidad. Llevamos a Dios dentro de nosotros y tal vez alguno aún no se ha enterado y lo anda buscando fuera.
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