CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 14,17
Hermanos: los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios,
esos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para
recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar:
¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que
somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos de Dios y coherederos
con Cristo, ya que sufrimos con él para también ser glorificados con él.
COMENTARIO
Un día le pregunté a un hortelano por qué las lechugas que él
había plantado en su huerto al mismo tiempo no crecían de igual modo. Trató de
darme una explicación razonable: Tal vez no todas han recibido la misma
cantidad de riego, quizás no llegó el abono a todas en la misma cantidad,
seguramente la helada afectó a unas más que a otras, sin duda que a algunas las
ha cogido el sol en exceso… Al verme no convencido del todo y cuando se le
acabaron sus argumentos, cerró su explicación: «De todos modos, en algún caso no
deja de ser algo misterioso que escapa a mis conocimientos».
Un famoso cuadro de Rubens nos pinta a san Agustín paseando
pensativo por la arena de la playa, preocupado por encontrar una explicación al
misterio de Dios. El cuadro nos muestra al santo preguntando a un niño
entretenido en llenar de agua un agujero excavado en la arena:
- ¿Qué haces ahí echando agua en ese hoyo?
- Intento meter el agua del mar en él.
- No ves que eso es imposible, no te va a caber toda el
agua en él.
El niño le replicó:
- Tampoco Dios cabe en tu inteligencia.
De hecho, san Agustín tardó catorce años en terminar su
libro.
Muchos años antes, el autor de la carta a los romanos,
seguramente después de haber dado muchas vueltas al misterio de Dios, nos dejó
una sencilla explicación que supera en sabiduría, sencillez y claridad a la de
nuestros inteligentes teólogos de siglos posteriores: El Espíritu de Dios lo
llevamos dentro de nosotros y lo sabemos porque somos capaces de llamar a Dios
Padre y, por lo tanto, nos sentimos hermanos de Jesucristo, el Hijo. Con esto nos
basta. De aquí se deduce todo lo demás: Somos coherederos con Cristo, capaces
de amar como el mismo Cristo nos amó y manifestar así al mundo que Dios Padre
se desvive por todos sus hijos y que los más débiles son sus preferidos.
Feliz día de
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