miércoles, 3 de junio de 2015

CORPUS CHRISTI - B

LIBRO DEL ÉXODO 24, 3-8
En aquellos días Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; el pueblo contestó a una:
-Haremos todo lo que dice el Señor.
Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza, se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:
-Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos.
Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo:
-Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos esos mandatos.

COMENTARIO

Los ritos de la sangre de la Pascua judía hunden sus raíces en ritos muy ancestrales como ritos de alcanzar el perdón y la satisfacción de los dioses del pueblo; en el pueblo judío, al mismo tiempo prefiguran el derramamiento de la sangre del propio Hijo de Dios. Se llega así al culmenn de la ofrenda purificadora ofrecida a Dios Padre por el mismo Hijo de Dios.
¿A qué dios, entre los dioses de la tierra, se le habría ocurrido jamás entregar la sangre de su propio hijo para redimir al hombre? ¿A qué pueblo, entre los pueblos de la tierra, se le habría ocurrido jamás pensar que sus dioses se encarnarían en el mundo para salvar al hombre?
Tan solo el dios del pueblo judío y cristino es capaz de una acción de tal generosidad. Su hijo se encarnó y ofreció su sangre en remisión de los pecados de la humanidad.
Hoy es un día de reconocimiento y acción de gracias por la inmensa bondad de Dios Padre y por la generosidad y desprendimiento total del Hijo.
El pueblo cristiano ha sido muy consciente de este hecho y siempre ha celebrado esta fiesta del Corpus Christi con gran solemnidad: Los autos sacramentales del pasado, las solemnes procesiones por las calles de nuestros pueblos y ciudades… así lo muestran.
Hoy está perdiéndose esta sensibilidad; sería una pena que con ella cayera en el olvido el sacrificio de la propia vida del Hijo de Dios, quien se hizo hombre y derramó su sangre por nuestra salvación.
Grabemos en nuestro corazón y en el de nuestros hijos las palabras que escuchamos en cada eucaristía: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… Esta es mi sangre derramada por muchos para el perdón de los pecados.
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