jueves, 2 de junio de 2016

X DOMINGO ORDINARIO - C

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GÁLATAS 1, 11-19
Os notifico, hermanos, que el evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados.
Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, enseguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco.
Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor.

COMENTARIO

San Pablo sorprende a los gálatas con estas palabras, previas a lo que va a comunicar a continuación: «Os notifico, hermanos, que el evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo».
San Pablo, antes de que Cristo se le manifestara, había sido un fervoroso, «fanático» defensor de la religión judía; sin embargo, tras la experiencia de Cristo Resucitado, se convierte en un activo evangelizador del cristianismo.
El mensaje que transmite en su carta no es suyo -afirma-, es el Evangelio tal y como se lo ha revelado el Señor.
Antes de predicar, de evangelizar, de proponer caminos de vida cristiana, de corregir, de condenar o alabar, deberíamos preguntarnos si el mensaje nace de nuestra experiencia de Cristo Resucitado o son palabras que exaltan nuestro orgullo, que promueven nuestros intereses, que esconden intenciones personales… Los oyentes sí advierten con facilidad el origen de nuestro mensaje, y como mínimo son conscientes de que no proclaman el verdadero evangelio.
Por todo ello, es importante que antes de dirigirnos a alguien nos preguntemos si lo que le vamos a comunicar le va a hacer más feliz, más sabio, mejor cristiano. Si no es así, lo prudente y aconsejable es callar. Decía un sabio de la antigüedad (los sabios son casi siempre de la antigüedad, actualmente no abundan) que para pronunciar un discurso de una palabra hay que redactar previamente otro de cien; releer este último e ir tachando palabras hasta llegar a la palabra clave, la que encierra el contenido que vale la pena transmitir.

Los cristianos, que tenemos la misión de anunciar el evangelio, hemos de sentirnos previamente tocados por el Señor Resucitado que nos envía a anunciar su evangelio.
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