jueves, 4 de mayo de 2017

IV DOMINGO DE PASCUA - A

Hechos de los apóstoles 2,14a.36-41:
El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra:
Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías».
Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: « ¿Qué tenemos que hacer, hermanos? ».
Pedro les contestó: « Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos ».
Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: « Escapad de esta generación perversa».
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

COMENTARIO

Estamos ante el final del discurso de Pedro a la asamblea reunida el día de Pentecostés. El mensaje es solemne y resulta convincente: «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías».
Es tal la fuerza que llevan consigo las palabras de Pedro que provocan la conversión con el arrepentimiento y la posterior recepción del bautismo.
El texto resume lo que es el bautismo en el nombre de Jesucristo: conversión, cambio de mentalidad; bautismo en el nombre de Jesucristo, aceptando su vida, muerte y resurrección; el perdón de los pecados, con la consecuente salvación; y finalmente el don del Espíritu que hace visible todo ello en la vida del creyente.
Las palabras finales de Pedro tuvieron que sonar a herejía, pues en el Deuteronomio se dice: «Maldito el que cuelga de un madero». Está claro que Dios no maldice al crucificado; al contario, lo proclama su hijo, el Hijo de Dios, el Mesías esperado de Israel. Aquel, a quien las autoridades del pueblo han considerado blasfemo por hacerse pasar por el Hijo de Dios, es ahora glorificado y ha de ser aceptado para obtener la salvación.
El resultado del discurso de Pedro es la conversión de una gran multitud.

Pedro nos está diciendo  que hemos de anunciar el mensaje de la Resurrección, el evangelio de Jesús con valentía, sin rebajar sus exigencias, por duras que parezcan. La aceptación del mensaje de salvación no depende del mensajero sino que es don del Espíritu que se derrama en aquellos que se abren a la gracia de Dios, que se derrama sin medida.
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