miércoles, 6 de junio de 2018

X DOMINGO ORDINARIO -B

MARCOS 3, 20-35
En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer.
Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido.
Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. En vedad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: “Mira tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”. Les contestó: “Quiénes son mi madre y mis hermanos”. Y paseando la mirada por el corro, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi hermana”.

COMENTARIO

«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Esta expresión la utilizamos siempre que no queremos reconocer el poder de Dios en nosotros cuando nos fiamos totalmente de él. Nuestro pecado, nuestra desidia ante situaciones que nos complican la vida nos llevan a no querer ver de lo que seríamos capaces de hacer por los otros con el poder de Dios. Buscamos excusas para no practicar la caridad con quienes nos necesitan y hablamos de esta forma para no sentir la culpa de nuestra comodidad.
Jesús contesta a la acusación que le hacen los fariseos: «El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre». Dios Padre no puede perdonarnos si no nos reconocemos pecadores. Dios Padre no da su fuerza divina si la rechazamos. Dios no actúa en nuestro favor si no lo aceptamos; él se mantiene al margen si decimos que no lo necesitamos, que nos valemos por nosotros mismos.

«Creí, por eso hablé» -nos recuerda san Pablo en su carta a los corintios. Nuestro problema es una cuestión de fe. Nos falta fe; no nos fiamos de Dios; creemos que con nuestras solas fuerzas podemos todo; nos cuesta admitir nuestra culpabilidad, nuestra limitación. No admitimos tampoco la fuerza del mal en nosotros. El papa, en su última exhortación apostólica Gaudete et Exsultate nos previene del poder del demonio: El camino hacia la santidad no es solo una lucha cuotidiana contra nuestra fragilidad o la mentalidad mundana que nos envuelve, es también un pelea constante contra Satán, el príncipe del mal (G et E, § 159).
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