martes, 4 de octubre de 2022

XXVIII DOMINGO ORDINARIO - C

 Lc 17, 11-19


Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

-Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

Al verlos, les dijo:

-Id a presentaros a los sacerdotes.

Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:

-¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

Y le dijo:

-Levántate, vete; tu fe te ha salvado.



COMENTARIO


Hoy puede ser un buen día para que nos preguntemos por nuestro modo de vivir la fe cristiana. La devoción a la Virgen del Rosario nos puede ayudar, en este mes de octubre, a ser mejores cristianos, si nos hace sentir más hijos de Dios y más hermanos de todos los hombres. La primera lectura de este día, el salmo y el texto evangélico nos pueden ayudar también hoy.

El Segundo Libro de los Reyes nos ofrece un relato muy ilustrativo. El sirio Naamán, general del ejército de Siria, el enemigo número uno del pueblo de Israel, acude al profeta Eliseo a que le cure de la lepra.

En el evangelio, san Lucas nos habla de diez leprosos que acuden a Jesús a que les cure de la misma enfermedad: nueve eran judíos y uno extranjero.

Si leemos la narración del profeta Eliseo a la luz del evangelio de Lucas, que es como debemos leer este texto del Antiguo Testamento, sacaremos algunas conclusiones que nos pueden ayudar a mejorar nuestra vivencia cristiana.

Rezábamos en el salmo 97: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque Dios ha hecho maravillas», porque «los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios».

¿Cuáles son esas maravillas de Dios que hemos contemplado?

1º- Todos, sin excepción, hemos sido llamados a la salvación. La fe se nos ofrece a todos. Naamán, el sirio, se cura cuando acepta la fe de Israel, bañándose en las aguas del río Jordán. Sumergirse en el Jordán es sumergirse en la fe del pueblo judío. A partir de entonces ya no habrá otro dios para él. Todos somos hijos del mismo Dios cuando nos sumergimos en las aguas del bautismo, dando a las “aguas del bautismo” el sentido más amplio que queráis.

2º- Se acabó lo del pueblo elegido, predilecto de Dios: todos somos predilectos de Dios Padre, quien además se interesa con especial solicitud de los más débiles. El profeta Eliseo y Jesús así lo entienden.

3º.- Nos dice san Lucas que ya no es la Ley la que salva: a los nueve leprosos que van a presentarse a los sacerdotes, como estaba prescrito en la Ley, no les salva el cumplimiento de la misma. Quien salva es la fe: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado» -le dice Jesús al leproso extranjero agradecido.

4º- La fe no es moneda de cambio, es don, es gratuidad. El profeta Eliseo no acepta ningún regalo del general sirio curado. Jesús tampoco pide nada a cambio por sanar a los leprosos ni por anunciarle la salvación recibida de Dios al leproso extranjero.

Así pues, las lecturas de hoy nos invitan a los creyentes a ser católicos, o sea, universales, aceptando a todos como hermanos e hijos de un mismo Padre. La fe, traducida en buenas obras, es la que nos acerca a Dios Padre, no el cumplimiento escrupuloso de las normas. Finalmente a Dios Padre le agrada el agradecimiento de sus hijos. Que nuestra oración sea más de agradecimiento que de petición, pues ya Dios conoce, mejor que nosotros, nuestros deseos y nuestras necesidades.

No hay comentarios:

Publicar un comentario