miércoles, 19 de octubre de 2022

XXX DOMINGO ORDINARIO - C

 Lc 18, 9-14


En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo». El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador». Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.



COMENTARIO:

Un día el Maestro contó esta historia edificante sobre un fariseo y un publicano. Ambos estaban en un error: los dos acuden al templo, el fariseo con la conciencia de escrupuloso cumplidor de la Ley e incluso de superar los límites establecidos, el publicano no se atreve ni a entrar en el templo, se queda a la entrada, pues es sabedor de su falta de fidelidad. Jesús concluye su historia afirmando que la humildad del publicano le alcanzó la justificación, mientras el fariseo volvió a casa sin justificar.

Esta historia que nos narra san Lucas recuerda la del hijo pródigo. El fariseo y el hijo mayor presentan la cuenta de sus buenas obras, el uno a Dios y el otro al padre. Tanto el fariseo como el hijo mayor han cumplido con la ley de fidelidad religiosa y filial. Ahora se presentan ante Dios y ante el padre para que recompense su fidelidad con justicia o para echarle en cara que no han recibido el salario justo. Sin embargo, Dios Padre no aplica la justicia tal como la entendemos los hombres, Dios Padre solo entiende de misericordia y compasión; es por esto por lo que no puede atender la oración del fariseo y sí se muestra receptivo a la oración del publicano y del hijo menor de la parábola de la misericordia. El publicano y el hijo menor quieren reconstruir su vida, pero se sienten incapaces de llevarlo a cabo y lo fían todo a la misericordia de Dios y del padre. Queda claro, en el texto evangélico de Lucas, que Dios Padre restaura nuestra vida desde la misericordia y no desde los méritos acumulados. Es por esto por lo que el hijo menor es recibido de nuevo en casa como hijo y el publicano sale justificado (salvado) del templo.

Jesús reconoce el cumplimiento religioso del fariseo y el padre admira la fidelidad del hijo mayor; sin embargo, no es el orgullo del cumplidor el que acerca a la salvación sino la humildad del que se siente pequeño ante Dios. Sin embargo, ¿llegará algún día en que el fariseo se acerque al templo sin altivez? No será fácil si no hay quien le haga ver su error.

Que Dios, Padre de misericordia, acoja en la casa paterna a quienes se reconocen pecadores y sin méritos, e ilumine la inteligencia de los que se creen justos.

Hoy, día del DOMUND, nos acordamos de los que trabajan en el tercer mundo, anunciando el evangelio, dando testimonio de vida entregada por los más pobres y abandonados de todos. Los recordamos con nuestra aportación económica y con nuestra plegaria. El libro del Eclesiástico afirma: «La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende. El Señor no tardará».

Ven, Espíritu Santo, ¡muévenos! Danos tu fuerza y tu inspiración para salir del terreno conocido e ir más lejos, más allá, ¡hasta el confín de la tierra! Llévanos a redescubrir la alegría de la fe compartida, comunicada con las obras sencillas y con esa palabra justa que tú das en el momento preciso y en el modo apropiado. Sigue moviendo a los misioneros, y muévenos también a nosotros a ir más allá con nuestra oración y con nuestra caridad. Haznos vivir la misión para ser lo que realmente somos: testigos de Cristo y de su amor. Amén.

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