miércoles, 16 de noviembre de 2022

FESTIVIDAD DE CRISTO REY - C

 Lc 23, 35-43


En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo:

-A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.

-Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:

-Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

-Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: "Éste es el rey de los judíos".

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

-¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.

Pero el otro lo increpaba:

¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada.

Y decía:

-Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

Jesús le respondió:

-Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.



COMENTARIO:

Si eres tú el rey... Esta es la condicional que viene, con alguna frecuencia, a nuestras mentes, cuando no acabamos de entender, o no comprendemos en absoluto lo del reinado de Dios. Si Dios es rey, ¿por qué el sufrimiento de tanta gente inocente?, ¿por qué no acaba de llegar de una vez su reinado?, ¿a qué espera?, ¿quién le impide mostrarse con claridad meridiana ante los descreídos?: ¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?; ¿hasta cuándo me esconderás tu rostro? (sal 13) rezaba el salmista, que no comprendía el silencio de Dios o la forma de expresarse de él, porque la verdad es que Dios no ha dejado de hablar con toda claridad y de comunicarse con nosotros desde la creación del mundo y del hombre.

Posiblemente aquí está la raíz de la enfermedad que padece nuestro mundo, satisfecho de todo y también cansado de todo. ¡Cuánto cuesta comprender el silencio de Dios, o, mejor dicho, aceptar su mensaje! ¡Qué difícil es aceptar su lenguaje y su forma de hacer las cosas! ¡Cuán impacientes somos!

El Señor es Rey, pero nada tiene que ver su forma de reinar con la imagen de gobernar de nuestros dirigentes. Ya nos lo advirtió Jesús cuando estuvo entre nosotros; sus apóstoles lo dejaron escrito en el evangelio para los que nos decidiéramos a seguirle: Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo… (Jn 18, 36).

Y es que el modo de reinar del Hijo de Dios es servir, ponerse al lado del oprimido, defender al condenado por todos, situarse junto al enfermo, acompañar al anciano, echar una mano al pobre, estar junto al moribundo… Su reinar no es imponerse por la fuerza, dar un golpe de efecto convincente, rebatir al sofista de nuestros tiempos, humillar al insolente, desposeer a los ricos, aplastar a los poderosos: esto sería caer en nuestro juego, adoptar nuestras normas de actuación…

Jesús, en el último momento de su vida, se pone del lado del malhechor arrepentido y le declara: Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43). Aquí, crucificados junto al Señor, es desde donde debemos reinar hoy los creyentes, aunque nos resulte incomprensible y difícil de aceptar esta forma de reinar, como seguramente tampoco la comprendía el malhechor crucificado.

Estar crucificados es estar con las manos atadas voluntariamente, no cayendo en la trampa que nos tiende constantemente el mundo, como ha hecho siempre con los profetas de todos los tiempos: Este no es de los nuestros, no se comporta como los demás, solo verlo da grima… ¡Acabemos con él, que se borre para siempre su apellido de la tierra de los vivos -leemos en el Libro de la Sabiduría.

Señor, en este día, vengo a pedirte paz, sabiduría y fuerza. Hoy quiero mirar al mundo con ojos llenos de amor. Ser paciente, comprensivo y humilde. Ver a tus hijos detrás de las apariencias, como los ves tú mismo, para así poder apreciar la bondad de cada uno. Que, solo los pensamientos que bendigan, permanezcan en mí.

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