miércoles, 28 de diciembre de 2022

AÑO NUEVO - A

 Lc 2, 16-21

En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les había dicho el ángel de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les había dicho el ángel. Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.


COMENTARIO


«Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Estamos comenzando un nuevo año que todos deseamos sea mejor que el anterior. Para que nuestros deseos se cumplan, podemos hacer nuestra la actitud de María: observar, escuchar, aceptar, callar y contemplar el misterio que se desvela ante nuestra presencia. Primero será el ángel quien anuncie la acción del Espíritu en su seno; luego será su prima Isabel quien alabe su fe; luego será José quien la acoja en su casa; posteriormente será el anciano Simeón y Ana quienes sigan desvelando el plan de Dios. Finalmente será su propio hijo quien marcará los pasos del proyecto de Dios sobre la humanidad. María guardaba todo en su corazón.

A nosotros, por el contrario, nos encanta hablar, preguntar, asegurarnos de lo que puede venir; y con frecuencia, tomar decisiones sin reflexionar. Desconfiamos de todo y de todos. Necesitamos garantías, contrapartidas a nuestro compromiso y a nuestras acciones concretas. No damos tiempo al silencio, a la escucha, al dejar hacer a Dios. No aceptamos con facilidad ser instrumentos en sus manos. Nos fiamos poco de él y nada de los hombres. Y así, año tras año, lo iniciamos y acabamos como empezamos: sin saber qué rumbo tomar. Y es que no nos dejamos asombrar por las maravillas de Dios en nosotros, como hace María en el cántico que el evangelista san Lucas pone en su boca: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha obrado maravillas en mí y su nombre es santo». Dios Padre no puede realizar maravillas en nosotros, como en María, porque carecemos de un grano de mostaza de fe. No abrimos nuestro corazón a Dios Padre y consecuentemente el Hijo no puede encarnarse en nosotros para hacernos nacer de nuevo a una vida más acorde con el proyecto de felicidad que Dios Padre tiene sobre cada uno de nosotros.

«¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?» (Jn 3, 1-8). Esta es la duda que le presenta Nicodemo, un buen fariseo, escrupuloso cumplidor de la Ley. Es la misma pregunta que nosotros le hacemos a Jesús al comienzo de este nuevo año.

En este primer día del año fiémonos de las palabras de Jesús y dejémonos amar por Dios Padre. Adoptemos la actitud de María: fe, aceptación del plan de Dios, silencio, escucha y contemplación. Pausadamente se irá desvelando el misterio de Dios en nosotros.

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