jueves, 8 de diciembre de 2022

III DOMINGO DE ADVIENTO - A

 Mt 11, 2- 11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel hablar de las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:

- ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Jesús les respondió:

- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

- ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto: una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver: un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?: ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.



COMENTARIO:

Dejémonos interpelar por Jesús: ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? Y preguntémosle ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? En nuestra sociedad occidental cada día aumenta el número de los que ni siquiera salen a contemplar nada ni a nadie. El deseo de algo o alguien novedoso y la capacidad de asombro y admiración van perdiendo terreno en nuestro quehacer cotidiano; nos sentimos tan desengañados por lo visto hasta ahora que hemos perdido la ilusión por algo nuevo, que transforme nuestras vidas, que nos saque de la monotonía y mediocridad en la que nos hemos instalado y nos sentimos cómodos. Algo semejante les pasaba a los judíos en tiempos del profeta Isaías. Fue necesaria una gran imaginación, por parte de este profeta, y una convincente oratoria para sacarlos de su desilusión.

Hoy seguimos necesitando de profetas que aviven nuestra esperanza de que algo está para venir, y rejuvenecerá nuestras vidas.

Es más, si aguzamos la vista y abrimos el oído, ya está aquí lo novedoso, lo que cambiará nuestras vidas. Solo necesitamos a alguien que nos ayude a discernir con claridad lo que contemplamos. ¿Qué salisteis a ver? –nos pregunta Jesús–. En la figura de Juan el Bautista hemos de contemplar algo más que un simple profeta, un hombre estrafalario con tintes de visionario; porque si únicamente nos quedamos con su aspecto externo, no dejará de ser otra novedad más, que en pocos días pasará al baúl de los recuerdos.

En el siglo XXI los cristianos serán místicos o no serán –nos advirtió Karl Rahner al final del siglo XX–. Es decir, que hemos de ser contemplativos, ahondar en el conocimiento profundo de las personas y de los acontecimientos; porque si no, nos pasará como a los israelitas en tiempos de Juan el Bautista. Muchos fueron los que se acercaron a contemplar aquella figura austera, de voz firme y de corazón encendido del celo de Yahvé. Sin embargo, fueron pocos los que siguieron su consejo de ir a ver a Jesús y preguntarle si era él quien había de venir, el deseado de las naciones; y es que la mayoría de los israelitas esperaban otro mesías, con otra respuesta.

Hoy nos sigue pasando lo mismo que en los tiempos de Jesús: esperamos otro mesías, otra iglesia, otros representantes de Dios y no los que tenemos. Queremos un mesías, un Jesús, una iglesia, un papa, unos obispos, unos sacerdotes hechos a nuestra medida. Y, como en tiempos de Jesús, sigue habiendo ciegos, sordos, cojos y pobres, exactamente igual que entonces. Y es que no acabamos o no queremos entender que hemos de ser nosotros los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos, los pies de los cojos y los enriquecedores de los pobres, los que conformamos esa iglesia que soñamos.

Hoy ya no siempre se nace en el seno de una familia cristiana, ni siquiera religiosa; tampoco nos arropa una sociedad de mayoría cristiana y practicante. De aquí que las palabras del gran teólogo Karl Rahner sean tan actuales. Tenemos que abrirnos a una experiencia personal de Dios: experimentar en nosotros mismos que hay un Dios que es Padre y nos ama incondicionalmente hasta hacerse hombre y dar su vida por nosotros. Todo esto lo viviremos en Navidad, pero me temo que no podemos esperar ayuda de la sociedad, tal vez poca o ninguna de la propia familia e insuficiente de la propia comunidad cristiana.

Abrámonos, pues, al Dios hecho hombre en Belén que viene a cada uno de nosotros a curar nuestra sordera, nuestra ceguera y nuestra pobreza de vida.

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