miércoles, 18 de enero de 2023

III DOMINGO ORDINARIO - A

 Mt 4, 12-23

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”.

Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:

- Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.

Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos: a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:

- Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.



COMENTARIO



Si en un momento concreto de nuestra vida aparece alguien que nos invita a seguirle, ¿le seguiríamos sin más? Yo, desde luego que no. Primero tendré que saber de quién se trata, qué ofrece a cambio, por qué voy a dejar mi vida actual si me encuentro a gusto, hasta cierto punto cómodo y sin mayores apuros.

En tiempo de san Mateo, aquella buena gente, que acudía a celebrar la Acción de Gracias –la Eucaristía–, también se hacía la misma pregunta que hoy nos podemos hacer nosotros: ¿Qué les movió a los apóstoles, a Mateo en concreto, a seguir a Jesús? Y Mateo nos responde, en el texto evangélico de hoy, que no sabe exactamente qué, solo que Jesús un buen día le dijo sígueme’, y lo siguió sin más. Posteriormente acompañó a Jesús enseñando en las sinagogas, proclamando el evangelio del Reino, curando enfermedades y dolencias del pueblo, anunciando el perdón a los pecadores; y comprendió que había hecho una buena opción.

Algo similar nos ha sucedido a cada uno de nosotros en nuestra decisión de ser cristianos, seguidores de Jesús. Un buen día, el día de nuestro bautismo, nos sentimos llamados por Dios y nuestros padres y padrinos respondieron por nosotros afirmativamente a esta llamada. En el transcurso de los años aceptamos la decisión de nuestra familia y fuimos profundizando en esa elección, y ahora percibimos que fue una buena decisión y que no la cambiaríamos por nada. De forma similar, si a un religioso le preguntamos por qué se hizo religioso, la mayoría nos va a responder que no sabe exactamente por qué: Sencillamente un buen día se acercó al monasterio, o bien le llevaron sus padres para que pudiera formarse en un colegio religioso o seminario; y, sin saber por qué ni cómo, se quedó; fue interiorizando el carisma de aquella orden o congregación y, consciente de su decisión, dijo un sí definitivo a Dios.

De forma similar, san Mateo describe la vocación de los apóstoles de una forma tan simple que desconcierta a los que no han sentido esa llamada. Desearíamos una explicación más detallada, más profunda, más seria, con argumentos convincentes; sin embargo, a san Mateo le pasa como a nosotros, no encuentra otro modo de explicarse; y en el fondo creo que no existe. La mejor explicación la encontró en las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló». De pronto, una luz brilla ante nosotros y nos atrae poderosamente, sin saber exactamente por qué ni cómo.

Jesús nos llamó el día de nuestro bautismo y nos llama cada día a seguirle por los caminos del Reino: nos pide cambiar, convertirnos, proclamando el evangelio del Reino, que consiste en «curar enfermedades y dolencias del pueblo». No se trata de hablar sino de actuar, de hacer lo que Jesús hacía: el pueblo se sentía aliviado de sus enfermedades, acompañado en su dolor, recobraba la ilusión por la vida, una mano desconocida les ofrecía su amistad y ayuda; por fin alguien se compadecía de ellos; se sentían perdonados por Dios.

Nos queda el dar gracias a Dios Padre por habernos llamado a trabajar en el reino de su hijo Jesucristo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario