miércoles, 22 de marzo de 2023

V DOMINGO DE CUARESMA - A

 Juan 11, 1-45

En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera: el enfermo era su hermano Lázaro.
Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo:
- Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
- Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos:
- Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le replican:
- Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?
Jesús contestó:
- ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza porque le falta la luz.
Dicho esto añadió:
- Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo.
Entonces le dijeron sus discípulos:
- Señor, si duerme, se salvará.
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.
Entonces Jesús les replicó claramente:
- Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
- Vamos también nosotros, y muramos con él.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
- Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
- Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
- Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
- Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó:
- Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
- El Maestro está ahí, y te llama.
Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él: porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
- Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y muy conmovido preguntó:
- ¿Dónde lo habéis enterrado?
Le contestaron:
- Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar.
Los judíos comentaban:
- ¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
- Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?
Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. (Era una cavidad cubierta con una losa.)
Dijo Jesús:
- Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
- Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
Jesús le dijo:
- ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
- Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
- Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
- Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

 

COMENTARIO:

 

«El que amas está enfermo». José María Rilke lo expresó de una forma poética:

Caen las hojas
Caen como de lejos
Caen como si se marchitasen lejanos jardines en los cielos.
Caen con ademanes que parece que todo lo niegan....
Todos nosotros caemos...
Y sin embargo, hay uno que
con infinito cuidado
sostiene ese caer en sus manos.

 

La impotencia e incertidumbre ante la muerte es la losa que nos impide ver más allá de esta vida, y persiste en el hombre esa rebeldía contra la muerte. ¿Quién nos moverá la losa? –se dicen las mujeres camino del sepulcro del Señor. Es la eterna pregunta sin respuesta; solo desde la fe sabemos que el Señor tiene el poder para mover esa losa y permitirnos vislumbrar algo nuevo a través de la puerta entreabierta de la casa del Padre.

Esto es lo que busca san Juan con su relato: animar la fe de su comunidad y de todas las comunidades cristianas. El Señor resucitado tiene el poder sobre la muerte. Por otra parte, el hombre se resiste a entregar la vida. Se agarra a los avances de la medicina para prolongar lo más posible la vida, pero con escaso éxito, porque siempre hay una última enfermedad que nos la arrebata. El Señor es el único médico que nos hermosea definitivamente la vida que el Padre nos entregó para disfrutar en esta tierra, y le da plenitud.

«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Esta misma pregunta nos plantea hoy Jesús a los hombres de nuestro siglo. En la respuesta afirmativa se encuentra la puerta que da acceso a la vida definitiva. El Señor nos pide fiarnos de él. Podemos inútilmente seguir agarrándonos a los múltiples cordones umbilicales que nos presenta la ciencia del hombre, pero nada ni nadie impide la continua e imparable caída, como las hojas de los árboles, en el otoño de la vida.

«Y sin embargo, hay uno que con infinito cuidado sostiene ese caer en sus manos»: Es el Señor resucitado.

Quienes nos precedieron, hombres y mujeres de fe, se enfrentaron a este momento del paso hacia la vida definitiva y nos dejaron mensajes de esperanza. Nuestro poeta José Luis Martín Descalzo, hombre de fe recia, nos dejó este hermoso poema, lleno de confianza en su libro Testamento del pájaro solitario:

 

Morir sólo es morir. Morir se acaba.

Morir es una hoguera fugitiva.

Es cruzar una puerta a la deriva

y encontrar lo que tanto buscaba.

[…] Tener la paz, la luz, la casa juntas

y hallar dejando los dolores lejos,

la noche-luz tras tanta noche oscura.

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