miércoles, 5 de julio de 2023

XIV DOMINGO ORDINARIO - A

 Mt 11, 25-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús:

- Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

 

COMENTARIO

 

«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla».

Jesús comienza hoy diciendo que da gracias al Padre porque le ha parecido bien dar a conocer lo importante a los sencillos, a los que carecen de inteligencia y ciencia, a los que carecen de medios económicos e influencias para conseguir el bienestar y, con él, la felicidad y el descanso.

En nuestro mundo los sabios y entendidos gozan de mayor prestigio y honores; ocupan los primeros puestos en la sociedad, en la política y también en la Iglesia. Pues bien, a estos el Padre no ha querido manifestarles lo que verdaderamente importa, lo que nos acerca a Dios Padre y trae la felicidad.

Nosotros nos inclinamos por los “sabios y entendidos”, precisamente porque saben y tienen experiencia, y les elegimos en las asambleas y en las elecciones. De los “sencillos”, por ser pobres e ignorantes no nos fiamos lo más mínimo, ni les miramos a la cara, ni tan siquiera les saludamos, porque consideramos que no tienen nada que darnos.

Pues bien, que nos quede claro que el Padre ha preferido a los necios del mundo para confundir a los “sabios y entendidos”.

La oración de alabanza de Jesús es de reconocimiento de la forma de obrar del Padre, que es la mejor y que el propio Jesús hace suya, convierte en su proyecto de vida.

La pregunta es obvia: ¿A quién preferimos nosotros para nuestros planes? ¿Nos podemos considerar verdaderos discípulos de Jesús?

 

«Venid a mí todos los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». ¿Quién no está cansado y agobiado en nuestros días? ¡Son tantas las necesidades que tenemos y nos creamos! ¡Son tantas las preocupaciones y problemas que nos despiertan cada mañana antes de lo esperado, que no conseguimos descansar por la noche! Es tal nuestra tensión de vida que nos proponemos unas cortas vacaciones, con el fin de desconectar de la vida ajetreada que llevamos; sin embargo, con frecuencia sucede que regresamos a nuestra vida ordinaria tan cansados como fuimos. Jesús se nos ofrece como descanso y alivio en su palabra y en la eucaristía.

 

Finalmente, Jesús se nos propone como ejemplo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».

Acerquémonos a Jesús, aprendamos de él, vayamos a su escuela. San Lucas nos dice que pasaba las noches en oración y diálogo con el Padre. San Marcos asegura que madrugaba para retirarse a un lugar apartado para orar. En los monasterios de vida contemplativa, tan poco valorados por nuestra sociedad, podemos acercarnos a la escuela de oración y contemplación de Jesús.

En la eucaristía dominical nos encontramos con Jesús, manso y humilde y con otros creyentes que han encontrado ya el camino acertado o que están a la búsqueda de él. Acudamos cada domingo a participar en ella.

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