miércoles, 26 de julio de 2023

XVII DOMINGO ORDINARIO - A

 Mt 13, 44- 52

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

-El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?

Ellos le contestaron:

-Sí.

Él les dijo:

-Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.


COMENTARIO:

 

Imaginemos a Jesús tratando de hacerse entender de aquella multitud de gente sencilla, analfabeta en su mayoría, pero atraída por un lenguaje que le resultaba comprensible. Aquel día les habla del reino -su proyecto- que se asemeja a un tesoro escondido, a una perla preciosa de valor incalculable o a esa red rebosando de peces. El caso es que a Jesús sí le entendían; a sus líderes, no. Pero aquel día parece que Jesús quiere implicarles en su proyecto. Les dice que se comprometan, que se apunten a la construcción de ese reino, que se decidan a buscarlo con la seguridad de encontrarlo. El paso del tiempo nos descubrió que no fueron muchos los que le hicieron caso: la primitiva iglesia comenzó con un reducido grupo y tardaron en decidirse.

Una antigua leyenda nos ayudará a comprender el mensaje de Jesús. Cuenta que un anciano padre, en el lecho de muerte, les dejaba a sus hijos su testamento: “Os queda la viña de mi propiedad, que aparentemente carece de valor, pero si buscáis en ella encontraréis un gran tesoro, que os hará felices para el resto de vuestra vida”. Muerto el padre, los hijos cavaron la viña, palmo a palmo para dar con el tesoro; sin embargo, una vez excavada, advirtieron con gran desaliento que el padre les había engañado, pues el tesoro no aparecía. Se decidieron a cavarla de nuevo, pero esta vez más profundo; tampoco encontraron el codiciado tesoro que les haría ricos. No obstante, en el tiempo de la recolección de la uva advirtieron con gran asombro que la cosecha superaba las mejores expectativas. Solo entonces fueron conscientes de que la cosecha se debía al esfuerzo de su trabajo: aquella viña se había beneficiado de las sucesivas excavaciones.

Esto mismo es lo que yo creo que experimentó aquel grupo incipiente de la primitiva comunidad cristiana. Un buen día, movidos por el Espíritu se decidieron a salir del Cenáculo y anunciar a los cuatro vientos Buena Nueva; y la viña del reino comenzó a dar el fruto esperado.

A esto es a lo que nos está invitando el Señor: comprometernos en su proyecto, construir su reino. En los Hechos de los apóstoles san Lucas nos describe a aquel primer grupo de trabajadores del reino: una comunidad fraterna, que se reunían para la escucha de la Palabra, la celebración de la eucaristía y luego compartían lo que poseían con los que no tenían; y el reino se extendió prodigiosamente. Los cristianos de hoy necesitamos volver a aquellos tiempos: contemplar la viña del reino desde el camino o visitarla en el tiempo de la cosecha no la hará florecer ni dar fruto; hay que meterse en ella arremangados y con la azada, dispuestos a cavarla una y otra vez. En el tiempo de la cosecha seguro que recogeremos abundantes frutos.

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