lunes, 31 de julio de 2023

XVIII DOMINGO ORDINARIO - A

 Mt 14, 13- 21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde se acercaron los discípulos a decirle:

- Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.

Jesús les replico:

- No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.

Ellos le replicaron:

- Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.

Les dijo:

- Traédmelos.

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


COMENTARIO:

Siempre que escuchamos este relato nos comentan que hace clara referencia a la eucaristía; y así debe ser. No obstante, si nos quedamos en el escueto comentario de la eucaristía, corremos el riesgo de no atender a otros elementos previos. La eucaristía es, sin duda, el culmen de la meditación de este relato.

Si Jesús hubiera mandado a sus casas a aquella multitud ávida de su doctrina, nos hubiéramos quedado sin saborear el final de aquella memorable jornada: la celebración de una gran fiesta: la eucaristía.

Vayamos por partes en nuestra reflexión. Jesús siente una gran compasión por aquella pobre gente, le dan lástima; no se pone a echarles un gran discurso sobre el Reino. Comienza por pararse a escucharlos, curar a los enfermos y posteriormente darles de comer; sus discípulos, no. Antes de celebrar la eucaristía es preciso convocar, saliendo al encuentro del necesitado, atender las necesidades primarias del hombre, meterse en el problema del otro, acompañarlo en su dolor, aliviarle su enfermedad, darle de comer… Los sermones, los discursos doctrinales no tienen cabida en esta tarde de eucaristía; o mejor, esta es la manera ideal de evangelizar.

Nuestras eucaristías adolecen de lo esencial: el encuentro, la acogida, el interés por el necesitado, actividades que siempre terminan en reunión y fiesta. La eucaristía de cada domingo debería ser el culmen de esa escucha, atención y acción solidaria de la semana; al mismo tiempo, debería catapultarnos para una búsqueda atenta de acciones solidarias durante la semana que iniciamos.

Estoy convencido de que este es el camino de volver a llenar nuestras iglesias de esta multitud: enfermos, hambrientos, desheredados de la sociedad…, quienes se sienten arropados por nuestra capacidad de compasión. Estos encuentran el camino abierto para entender el contenido espiritual de la eucaristía: alimento de vida eterna. El resto pertenece al grupo de los apóstoles, que no necesitan de alimento, porque ya va por el mundo bien provisto; no obstante, se fiaron del maestro y entraron en su juego, en su catequesis. Seguro que los apóstoles terminaron por comprender la catequesis de aquella hermosa tarde compartiendo lo que tenían con la multitud. El milagro no se hizo esperar.

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