Mt 14, 22-33
Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la
barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era
contrario.
De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el
agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de
miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida:
- ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
- Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre
el agua.
Él le dijo:
- Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua,
acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo,
empezó a hundirse y gritó:
- Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le
dijo:
- ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los
de la barca se postraron ante él, diciendo:
- Realmente eres Hijo de Dios.
COMENTARIO
Mateo quiere
presentarnos aquí una imagen de la comunidad cristiana de su tiempo; sin
embargo, refleja también la imagen de la Iglesia de nuestros días.
Es muy
probable que en el momento en que escribe el evangelio las comunidades
cristianas pasaban por dificultades graves: abandono, desánimo de muchos,
porque el Señor no acaba de llegar como prometió... Surge la duda de si el
Señor estaría con ellos como prometió al despedirse. Sin su presencia palpable,
da la impresión de que todo se hunde, que el enemigo acosa y amenaza con asolar
aquella iglesia aún demasiado incipiente. En esta situación san Mateo sale al
paso con una imagen muy expresiva de la comunidad cristiana.
La Iglesia
es esa nave que se adentra en las aguas y que de pronto se ve zarandeada por
los vientos y las olas. La oscuridad de la noche da un matiz de mayor
inseguridad. El Señor se ha quedado en la orilla orando y ahora no cuentan con
su presencia. En esta situación, san Mateo deja bien claro que el Señor no se
ha olvidado de su Iglesia; la oración no le distancia de sus discípulos, al
contrario, le mantiene unido a ellos: se hace presente en medio de la tempestad
y calma el oleaje. No hay razón para temer.
San Mateo
profundiza en la fe de aquella primitiva iglesia. En aquel pequeño grupo de
discípulos renace la fe y se apodera de ellos el entusiasmo: son capaces de
lanzarse a las olas convencidos de caminar sobre las olas con la seguridad del
Maestro. Pedro, en quien el Señor ha depositado la firmeza de la fe, es el
primero en lanzarse a esa mar embravecida y comenzar a sucumbir: ¡Qué poca fe!
No obstante, el Señor le mantiene a flote.
Hoy sin duda
necesitamos volver a meditar este pasaje evangélico. El Señor no se ha olvidado
de su Iglesia, sigue velando por ella hasta el fin de los tiempos. Que las
dificultades, la oscuridad de ciertos momentos, las tempestades amenazadoras no
debiliten nuestra fe. Es más, nos cabe la esperanza de que, aunque nuestra fe
casi se apague, el Señor no permitirá que nos hundamos: extenderá su mano y nos
mantendrá a flote. ¡Su promesa no fallará! Así lo entendieron los creyentes de
los tiempos de San Mateo y así hemos de entenderlo nosotros hoy.
En los
acontecimientos vividos estos días pasados en Portugal hemos recibido, como el
profeta Elías, esa “suave brisa” de la que nos habla el Libro de los Reyes en
este día (1 Re 19ss) y que es la imagen perceptible más clara de nuestro Dios.
Nuestra oración angustiosa a Dios Padre recibe ese soplo de ilusión juvenil que
despierta nuestro ánimo. «La Iglesia y el mundo os necesitan, como la tierra
necesita la lluvia», ha dicho el papa a los jóvenes presentes en la JMJ de
Lisboa. Nuestra impaciencia e intransigencia se calman también ante las
palabras del papa Francisco en Fátima: “Esta es la casa de la Madre y en ella
entran todos, todos, todos”.
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