miércoles, 27 de septiembre de 2023

XXVI DOMINGO ORDINARIO - A

 Mt 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

-¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña". Él le contestó: "No quiero". Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor". Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?

Contestaron:

- El primero.

Jesús les dijo:

- Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.


COMENTARIO:

«Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».

Esta expresión tan dura, tan provocativa es, con toda seguridad, propia de Jesús. Tan solo él es capaz de dirigirse a los sacerdotes, fariseos y profesionales del culto y la religión de Israel con estas palabras tan insultantes, pero también tan expresivas de la realidad que se vive en el pueblo: honran a Yahvé con los labios, pero no con el corazón.

La parábola resulta fácil de comprender, pero no va dirigida de modo exclusivo a la gente sencilla, sino más bien a los dirigentes, a los malos pastores del pueblo de Dios.

En el camino de peregrinaje hacia el reino del Padre, Jesús coloca en primer lugar a los pecadores -publicanos y prostitutas-, quienes tienen la humildad de reconocer que son pecadores y, al mismo tiempo, se sienten incapaces de dejar su vida pecadora. Es curioso observar que Jesús no excluye a nadie del Reino, pero asigna a cada uno su sitio: primero los publicanos y las prostitutas, después los demás.

Ya en el relato anterior el evangelista Mateo nos dibuja un retrato de un Dios extraordinariamente generoso, que paga el mismo salario a los que han trabajado una hora que a los que han soportado el peso de toda la jornada. En el relato que nos ofrece en este domingo, también el Padre nos espera a la entrada de su reino, pero el puesto que nos corresponde en el Reino no parece ser el que nos habíamos imaginado.

No lo olvidemos, es Dios Padre quien salva y espera nuestro arrepentimiento hasta el final. No es lo malo vivir en el pecado, sino rechazar el perdón que Dios Padre nos ofrece una y otra vez. No es lo malo no ser capaz de levantarse del pecado, sino no aceptar la mano que el Señor nos tiende para sacarnos de nuestra miseria. Claro está que peor es considerarnos justos, porque entonces no sentiremos la necesidad del perdón y seremos incapaces de ver la mano tendida de Dios Padre.

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