miércoles, 20 de septiembre de 2023

XXV DOMINGO ORDINARIO - A

 Mt 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido". Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?". Le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña".

Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros". Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno". Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?". Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.


COMENTARIO

La justicia y la misericordia en Dios no se estorban entre sí; podemos afirmar, con toda seguridad, que coinciden. En cambio, nosotros entendemos que la justicia, entendida como aplicación exacta de la ley, no puede ceder a los sentimientos de compasión. Un juez justo se debe a la aplicación estricta de la ley. La ley debe ser igual para todos –exigimos con firmeza.

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre estos temas, particularmente sobre la aplicación de la justicia y la primacía de la misericordia.

El profeta Isaías nos despierta de nuestras seguridades, nos sorprende con la novedad que nos trae de parte de Dios: Buscad a Dios que se deja encontrar; el malvado que recapacite y vuelva a Yahvé, que él tendrá compasión; la riqueza del perdón de Dios no tiene límites. Y basa sus afirmaciones en el conocimiento profundo de Yahvé, en la revelación que Dios le ha hecho: Mis planes no son vuestros planes ni mis caminos coinciden con los vuestros.

Esta novedad acerca de Yahvé, en tiempos del profeta Isaías, resultó escandalosa y aún nos resulta escandalosa y sorprendente hoy a nosotros.

Entonces, ¿qué sucede? ¿Acaso Dios no es justo? ¿Es que al final los que han abusado del poder, los que se han aprovechado del pobre e indefenso, los que se han reído de los débiles van a correr la misma suerte que los que toda su vida se han esforzado en cumplir la ley y en respetar a los otros? O bien si preferís el ejemplo del evangelio: ¿Es que van a cobrar el mismo salario los obreros que han trabajado toda la jornada que los que tan solo han trabajado una hora?

Ahora podemos entender un poco mejor por qué los profetas acaban mal: Es muy difícil aceptar un mensaje de tanta compasión en la estructura legalista de nuestras sociedades.

Un Dios, como el que nos describe el profeta Isaías, es inimaginable, no entra en nuestros esquemas legales. Por esto es por lo que el hombre, a lo largo de su historia, ha ido construyendo una imagen de Dios que se adapte a su modo de entender la vida. Pero Dios, de vez en cuando se nos escapa de las manos y nos sale al encuentro por medio de sus profetas.

En esta misma línea se mueve el mensaje del evangelio de este día. Jesús nos habla de un Dios, Padre lleno de misericordia, que se compadece de las miserias humanas, que perdona siempre, que es bueno con todos, y tiene especial predilección por los más débiles, entiéndase pecadores también.

Incluso a nosotros, hombres del siglo XXI nos cuesta aceptar a un Dios que paga el mismo salario a los que han trabajado con ahínco en su Viña de sol a sol y a los que tan solo han bregado una hora. ¿Será realmente así?

El texto evangélico da qué pensar. La conclusión de nuestra reflexión no ha de ser: ‘Trabajaré solo una hora, pues es suficiente para recibir el salario’. La conclusión de un hijo de un tal Padre ha de ser muy otra: ‘Sed santos como vuestro Padre es santo’.

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