Lc 1, 26- 38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo:
- Alégrate, llena de gracias, el Señor está contigo.
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El
ángel le dijo:
- No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se
llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel:
- ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?
El ángel le contestó:
- El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí
tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y
ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay
imposible.
María contestó:
- Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y la dejó el ángel.
COMENTARIO
La Anunciación es un retablo creado por Fra Angélico, pintor del
Renacimiento italiano. Está pintado en oro y temple sobre tabla por los años
1425-26. Este dominico fue beatificado por san Juan Pablo II en 1982.
En el cuadro destaca la escena luminosa de la anunciación y en un segundo
plano, a la izquierda, ocupando un tercio del cuadro, la imagen sombría de la
expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Nuestros ojos se sienten atraídos
inmediatamente por la escena principal: María inundada de luz divina en actitud
de humilde aceptación y el contraluz del ángel Gabriel en actitud, también
humilde, de petición: Dios se humilla ante el hombre pidiéndole su colaboración
en la historia de la salvación.
Observando los detalles del cuadro, podemos deducir que María se siente
iluminada por la presencia divina en un momento de oración y lectura de la
Palabra de Dios: el rayo de luz que se proyecta desde la esquina superior
izquierda y el libro sobre su rodilla derecha lo prueban. Fra Angélico nos dice
que la lectura de la Palabra de Dios y la oración nos conectan con Dios.
Ahora nos preguntamos: ¿Cómo hubiera continuado la historia de la salvación
del hombre si María hubiera respondido con un ‘no’ al ángel? San Bernardo, en
uno de sus sermones, pinta la escena de la anunciación con una expectante
tensión de todo el universo aguardando la respuesta de María al
ángel: «Mira que el Ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se
vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a
muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de
misericordia». Hágase en mí según tu palabra -respondió
María-. Y la dejó el ángel (Lc, 1, 38).
En este desenlace de la escena el universo entero siente un gran alivio. Al
volver a releer este texto de san Lucas experimentamos la misma sensación de
alivio que sintió la humanidad hace dos mil años.
Ciertamente que no sabemos qué derroteros hubiera tomado la historia de la
humanidad si María hubiera dado un ‘no’ como respuesta al ángel; sin embargo,
podemos imaginar fácilmente por dónde hubiera caminado el hombre. Y esto lo
podemos deducir de nuestra propia historia, individual y colectiva. En el
camino de la vida se nos presenta con relativa frecuencia el enviado de Dios
Padre y nos invita a decir ‘sí’ a los distintos proyectos que él nos va trazando
buscando nuestra felicidad. Sin embargo, con excesiva frecuencia le respondemos
‘no’, en otra ocasión, lo tenemos que pensar, no nos queremos complicar la
vida… A cada ‘no’ a la voluntad de Dios Padre, nuestra historia se ensombrece
progresivamente. Y Dios Padre de nuevo programa una nueva ruta, como hacen los
GPS de los coches, de reconducción de la situación; porque Dios Padre no
descansa hasta lograr llevar nuestra historia a la meta final, fijada ya desde
la eternidad.
María ya dijo ‘sí’, el Hijo de Dios también dijo ‘sí’; tan sólo queda
nuestro ‘sí’ decidido, sin retrasos ni titubeos ni condiciones. Dios Padre
espera de nosotros el fiat (fiarse ciegamente de Dios), para
orientar nuestra historia hacia la salvación, o sea la felicidad plena y
definitiva que tanto anhelamos.
Recibámoslo con un ‘sí’, como el de María, en esta navidad.
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