Mc 1, 14-20
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
- Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed
en el Evangelio.
Pasando junto al lado de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que
eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo:
- Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan,
que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre
Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
La
grama es una planta muy valorada como césped en jardinería y, sobre todo en
terrenos movedizos en pendiente, para contener la erosión del suelo. Se adhiere
con firmeza al terreno y forma una tupida alfombra que impide que la lluvia
arrastre la capa superficial fértil. Es abundante en el sur de Europa y norte
de África, pero se extiende por todas partes con facilidad. Si la cultivamos en
nuestro jardín, debemos tener cuidado porque es muy difícil de extirpar; sus
raíces se extienden con rapidez y alcanzan gran profundidad.
Esta
imagen nos sirve para reflexionar en el texto evangélico de este día. La
semilla del reino que comienza a sembrar el Bautista junto al Jordán y la que
cultivará también Jesús, tras el encuentro con Juan en el Jordán el día de su
bautismo, nos recuerdan la imagen de esta hierba, la grama. Una vez sembrada es
muy difícil de eliminar. Si cubres el suelo con una dura capa de asfalto, sus
raíces terminarán por abrirse paso y brotar de nuevo; es más el propio asfalto
les sirve de nutriente y lentamente lo absorben, dejando tan solo las pequeñas
piedras, adheridas al asfalto, sueltas. ¿Cómo unas raicillas tan frágiles
pueden abrirse paso en la dura capa de asfalto? ¿Cómo se engendra la vida en el
silencio oscuro de la tierra «hasta que llegue la hora y brote la justicia?»
(Is 45,8).
El
encarcelamiento de Juan Bautista causó una enorme conmoción. Eran muchos los
que iban a escucharle y se dejaban bautizar en el agua del Jordán para verse
libres de sus pecados. Luego algunos emprendían una vida nueva; unos
perseveraban y seguramente un buen grupo también abandonaría el camino
emprendido. Sin embargo, el anuncio del reino se extendió por toda aquella
comarca y llegó hasta las autoridades de Jerusalén y, con el tiempo, se propagó
por todo el imperio romano y más allá de sus fronteras. En los primeros años
del cristianismo sabemos que también discípulos de Juan seguían extendiendo su
doctrina.
Jesús
acudió también a bautizarse al Jordán. Luego emprenderá la predicación de la
llegada del Reino, que él entiende ya está presente y va germinando lentamente
como la grama, pero el reino que anuncia Jesús no es un reino que pretenda
implantar de inmediato la justicia por la fuerza, extirpando a los malvados de
la tierra. Jesús predica un reino en el que pausadamente germine la justicia,
la hermandad y la paz, sirviéndose únicamente del amor. Se trata de un reino
aparentemente débil, pero firmemente arraigadas sus raíces y abriéndose paso
entre los violentos y prepotentes. Así como la grama rompe la dura capa de
asfalto sin estruendo ni violencia en el silencio de la noche, así se abrirá
paso el Reino en el silencio y en el interior de la humanidad.
COMENTARIO-2:
Se ha cumplido el plazo. Ahora es el momento. Se trata de un momento siempre
actual y presente. Dios no llamó, ni está para llamar, ni llamará en un futuro
más o menos cercano o lejano; Dios llama ahora, en este momento, en cada
momento. Y nosotros oímos su llamada. Él espera nuestra respuesta.
La invitación siempre es la misma: Venid conmigo.
El Señor nos tiene una tarea asignada para cada uno de nosotros en el campo
de su reino. No cabe la indecisión: ¿Qué puedo hacer yo en el reino?
Dejaron las redes y lo
siguieron. Hay que dejar todo por
el reino. En nuestra respuesta no caben las excepciones, las condiciones, las
dudas. A partir de nuestra aceptación a seguir al Señor, nuestro único punto de
mira está en el Señor: él nos marca en cada instante la tarea a realizar.
San Marcos es muy breve en la exposición de su doctrina, pero también muy
claro y contundente. Al menos así lo descubrimos en el texto evangélico de este
domingo. No emplea amplios argumentos ni se detiene a convencer a sus oyentes o
lectores; presenta sencillamente la invitación del Maestro y provoca la
respuesta de su interlocutor.
En el libro de Jonás encontramos un mensaje similar al del evangelista
Marcos. La llamada de Dios es clara y no admite condiciones ni excusas. Dios
llama en el momento menos esperado e invita a seguirlo con prontitud. ¿Qué
tengo que hacer? ¿Dónde tengo que ir? ¿Qué tengo que anunciar? ¿Seré capaz? En
su momento Dios nos manifestará el mensaje que tenemos que anunciar. Ahora se
trata de decir un ‘sí’, sin condiciones, fiándose totalmente de Dios que envía.
San Pablo insiste también que la llamada de Dios exige una respuesta
pronta: «Digo esto, hermanos, el momento es apremiante». Es necesario dejar
todo lo que llevamos entre manos y ponerse en camino, como Jonás, como Pablo,
Pedro, Andrés, Juan, Santiago…
Hoy también nos llama el Señor por nuestro nombre, nos invita a seguirlo y
en el momento adecuado nos irá manifestando qué tenemos que hacer, a dónde nos
tenemos que dirigir y qué debemos decir. De nosotros espera una respuesta
pronta, sin condiciones, fiándonos totalmente de él. San Marcos está viviendo
la experiencia de haberlo seguido, fiándose totalmente del Maestro y nos la
transmite en su evangelio. Nos da a entender que ha merecido la pena seguir la
llamada del Señor.
En la eucaristía dominical escuchamos la palabra del Señor que nos invita a
seguirlo y nos manifiesta el motivo de su llamada, que es siempre nuevo y se
dirige a cada uno en particular. En el alimento de la eucaristía encontramos
también fuerza para ser fieles a la llamada recibida. Decidámonos a seguir al
Señor. No nos defraudará.
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