miércoles, 17 de enero de 2024

III DOMINGO ORDINARIO - B

 Mc 1, 14-20

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:

- Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.

Pasando junto al lado de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.

Jesús les dijo:

- Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

 COMENTARIO-1

La grama es una planta muy valorada como césped en jardinería y, sobre todo en terrenos movedizos en pendiente, para contener la erosión del suelo. Se adhiere con firmeza al terreno y forma una tupida alfombra que impide que la lluvia arrastre la capa superficial fértil. Es abundante en el sur de Europa y norte de África, pero se extiende por todas partes con facilidad. Si la cultivamos en nuestro jardín, debemos tener cuidado porque es muy difícil de extirpar; sus raíces se extienden con rapidez y alcanzan gran profundidad.

Esta imagen nos sirve para reflexionar en el texto evangélico de este día. La semilla del reino que comienza a sembrar el Bautista junto al Jordán y la que cultivará también Jesús, tras el encuentro con Juan en el Jordán el día de su bautismo, nos recuerdan la imagen de esta hierba, la grama. Una vez sembrada es muy difícil de eliminar. Si cubres el suelo con una dura capa de asfalto, sus raíces terminarán por abrirse paso y brotar de nuevo; es más el propio asfalto les sirve de nutriente y lentamente lo absorben, dejando tan solo las pequeñas piedras, adheridas al asfalto, sueltas. ¿Cómo unas raicillas tan frágiles pueden abrirse paso en la dura capa de asfalto? ¿Cómo se engendra la vida en el silencio oscuro de la tierra «hasta que llegue la hora y brote la justicia?» (Is 45,8).

El encarcelamiento de Juan Bautista causó una enorme conmoción. Eran muchos los que iban a escucharle y se dejaban bautizar en el agua del Jordán para verse libres de sus pecados. Luego algunos emprendían una vida nueva; unos perseveraban y seguramente un buen grupo también abandonaría el camino emprendido. Sin embargo, el anuncio del reino se extendió por toda aquella comarca y llegó hasta las autoridades de Jerusalén y, con el tiempo, se propagó por todo el imperio romano y más allá de sus fronteras. En los primeros años del cristianismo sabemos que también discípulos de Juan seguían extendiendo su doctrina.

Jesús acudió también a bautizarse al Jordán. Luego emprenderá la predicación de la llegada del Reino, que él entiende ya está presente y va germinando lentamente como la grama, pero el reino que anuncia Jesús no es un reino que pretenda implantar de inmediato la justicia por la fuerza, extirpando a los malvados de la tierra. Jesús predica un reino en el que pausadamente germine la justicia, la hermandad y la paz, sirviéndose únicamente del amor. Se trata de un reino aparentemente débil, pero firmemente arraigadas sus raíces y abriéndose paso entre los violentos y prepotentes. Así como la grama rompe la dura capa de asfalto sin estruendo ni violencia en el silencio de la noche, así se abrirá paso el Reino en el silencio y en el interior de la humanidad.

Hoy volvemos a escuchar la Buena Nueva de Jesús: Ya se cumplió el tiempo. El Reino ya está aquí. Somos sus discípulos. Adhirámonos a la buena noticia un año más y remprendamos el camino de la construcción del Reino; que lentamente se vaya abriendo paso en el duro asfalto de la opresión.

COMENTARIO-2:

Se ha cumplido el plazo. Ahora es el momento. Se trata de un momento siempre actual y presente. Dios no llamó, ni está para llamar, ni llamará en un futuro más o menos cercano o lejano; Dios llama ahora, en este momento, en cada momento. Y nosotros oímos su llamada. Él espera nuestra respuesta.

La invitación siempre es la misma: Venid conmigo.

El Señor nos tiene una tarea asignada para cada uno de nosotros en el campo de su reino. No cabe la indecisión: ¿Qué puedo hacer yo en el reino?

Dejaron las redes y lo siguieron. Hay que dejar todo por el reino. En nuestra respuesta no caben las excepciones, las condiciones, las dudas. A partir de nuestra aceptación a seguir al Señor, nuestro único punto de mira está en el Señor: él nos marca en cada instante la tarea a realizar.

San Marcos es muy breve en la exposición de su doctrina, pero también muy claro y contundente. Al menos así lo descubrimos en el texto evangélico de este domingo. No emplea amplios argumentos ni se detiene a convencer a sus oyentes o lectores; presenta sencillamente la invitación del Maestro y provoca la respuesta de su interlocutor.

En el libro de Jonás encontramos un mensaje similar al del evangelista Marcos. La llamada de Dios es clara y no admite condiciones ni excusas. Dios llama en el momento menos esperado e invita a seguirlo con prontitud. ¿Qué tengo que hacer? ¿Dónde tengo que ir? ¿Qué tengo que anunciar? ¿Seré capaz? En su momento Dios nos manifestará el mensaje que tenemos que anunciar. Ahora se trata de decir un ‘sí’, sin condiciones, fiándose totalmente de Dios que envía.

San Pablo insiste también que la llamada de Dios exige una respuesta pronta: «Digo esto, hermanos, el momento es apremiante». Es necesario dejar todo lo que llevamos entre manos y ponerse en camino, como Jonás, como Pablo, Pedro, Andrés, Juan, Santiago…

Hoy también nos llama el Señor por nuestro nombre, nos invita a seguirlo y en el momento adecuado nos irá manifestando qué tenemos que hacer, a dónde nos tenemos que dirigir y qué debemos decir. De nosotros espera una respuesta pronta, sin condiciones, fiándonos totalmente de él. San Marcos está viviendo la experiencia de haberlo seguido, fiándose totalmente del Maestro y nos la transmite en su evangelio. Nos da a entender que ha merecido la pena seguir la llamada del Señor.

En la eucaristía dominical escuchamos la palabra del Señor que nos invita a seguirlo y nos manifiesta el motivo de su llamada, que es siempre nuevo y se dirige a cada uno en particular. En el alimento de la eucaristía encontramos también fuerza para ser fieles a la llamada recibida. Decidámonos a seguir al Señor. No nos defraudará.

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