miércoles, 5 de junio de 2024

X DOMINGO ORDINARIO - B

 Mc 3, 20-35

En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer.

Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:

«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:

«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido.

Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. En vedad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».

Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: “Mira tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”. Les contestó: “Quiénes son mi madre y mis hermanos”. Y paseando la mirada por el corro, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.


COMENTARIO

«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Esta expresión la utilizaban los escribas porque no querían reconocer el poder de Dios actuando en Jesús. Nuestro pecado, nuestra desidia ante situaciones que nos complican la vida nos llevan a no querer ver de lo que seríamos capaces de hacer por los otros con el poder de Dios. Buscamos excusas para no practicar la caridad con quienes nos necesitan y hablamos de esta forma para no sentirnos culpables o no admitir también la fuerza y bondad de Dios en los otros.

Jesús contesta a la acusación que le hacen los escribas: «El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre». Dios Padre no puede perdonarnos si no nos reconocemos pecadores. Dios Padre nos da su fuerza divina contra las adversidades, pero nada puede hacer si no la aceptamos. Dios no actúa en nuestro favor si no lo aceptamos; él se mantiene al margen si decimos que no lo necesitamos.

En la entrevista que le hicieron a la hija de Billy Graham en el Early Show, Jane Clayson le preguntó: "¿Cómo pudo Dios permitir que sucediera esto?" (se refería a los ataques a las torres gemelas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001).

Anne Graham dio una respuesta sumamente profunda y llena de sabiduría. Dijo: "Al igual que nosotros, creo que Dios está profundamente triste por este suceso, pero durante años hemos estado diciéndole a Dios que se salga de nuestras escuelas, que se salga de nuestro gobierno y que se salga de nuestras vidas. Y siendo el caballero que él es, creo que se ha retirado tranquilamente en silencio. ¿Cómo podemos esperar que Dios nos dé su bendición y su protección cuando le hemos exigido que nos deje estar solos?".

Chesterton decía: «Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en cualquier cosa».

«Creí, por eso hablé» -nos recuerda san Pablo en su carta a los corintios. Nuestro problema es una cuestión de fe. Nos falta fe; no nos fiamos de Dios; creemos que con nuestras solas fuerzas podemos todo; nos cuesta admitir nuestra culpabilidad, nuestra limitación. No admitimos tampoco la fuerza del mal en nosotros. El papa, en su exhortación apostólica Gaudete et Exsultate nos previene del poder del demonio: El camino hacia la santidad no es solo una lucha diaria contra nuestra fragilidad o la mentalidad mundana que nos envuelve, es también una pelea constante contra Satán, el príncipe del mal (G et E, § 159).

Hoy la Iglesia nos invita a rezar el salmo 129 con frecuencia. La oración es un acto de fe y humildad ante Dios, Padre de Misericordia. Sin una actitud de fe y humildad por nuestra parte, Dios se ve imposibilitado para actuar. Meditemos el salmo de este día, que es una guía para nuestra oración.

En la eucaristía recibiremos el alimento que fortalece nuestro espíritu y nos ayuda a caminar como verdaderos hijos de Dios, de quien esperamos la resurrección futura.

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