miércoles, 12 de junio de 2024

XI DOMINGO ORDINARIO - B

 Mc 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha».

Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra».

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

 

COMENTARIO

 Estas dos parábolas las encontramos en el evangelio de Marcos. Van dirigidas a presuntuosos y faltos de esperanza. Su lenguaje y las imágenes del campo que utiliza el evangelista están al alcance del auditorio más humilde.

El apóstol debe sembrar el mensaje del Reino sin pretender que la elocuencia de su palabra, el atractivo de su persona o el entusiasmo y fuerza de su predicación sean las claves del éxito de su siembra. ¡Qué lejos están nuestros proyectos humanos de este planteamiento! En nuestro mundo occidental, el que se exprese con una oratoria cuidada y cautivadora, quien exhiba una imagen atractiva tiene las mejores garantías de éxito; su programa político o de gestión es fiable. El tiempo nos demostrará que ni las promesas, ni los resultados son los esperados. El verdadero apóstol no es presuntuoso: «Yo planté, Apolo regó, pero Dios ha dado el crecimiento» (1Cor. 3, 5-9). No se trata de nosotros sino de la eficacia de la gracia de Dios y esta llegará. La labor del apóstol es sembrar y esperar.

En la parábola de la mostaza san Marcos nos advierte contra la tentación de la desesperanza. La mostaza es una semilla casi imperceptible, pero, una vez sembrada, termina por germinar, y hacerse un frondoso arbusto en el que vienen a refugiarse del calor y a anidar las aves del cielo.

¡El hombre de nuestra sociedad no tiene tiempo, no puede esperar! Los resultados han de ser inmediatos y la eficacia total. Cualquier empresario, político u hombre de negocios ha de tener como lema de su actuar la rapidez y la eficacia inmediata de su gestión; de no ser así ha fracasado. La educación y formación académica y profesional de nuestros niños y jóvenes está proyectada también en esta perspectiva. El mejor candidato a un puesto de trabajo en cualquier empresa ha de ofrecer una imagen sin defecto físico, atrayente, agradable al trato, rápido en su trabajo y eficaz en el resultado.

Quien vive en la perspectiva del Reino no se siente ni actúa así. Para el trabajador de la viña del Señor, lo esencial, la eficacia resulta invisible a los ojos humanos, todo es gracia, incluido el resultado final, representado en la parábola por ese arbusto gigante en el que tienen cabida todas las aves de cielo, es decir también los paganos, resultado inaceptable para los judíos.

La enseñanza que se desprende de estas dos sencillas parábolas para nuestro mundo es importante. No están escritas únicamente para los tiempos del evangelista Marcos, son de actualidad para el mundo de hoy y, de modo particular, para todo cristiano.

El apóstol debe orar así: Padre, líbrame del orgullo y del desánimo, para que en mi tarea solo se vea la fuerza de tu gracia.

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