Mc 4,35-40
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
-Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo llevaron
en la barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte
huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él
estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciendo:
-Maestro, ¿no te importa que nos
hundamos?
Se puso en pie, increpó al viento y
dijo al lago:
-¡Silencio, cállate!
El viento cesó y vino una gran
calma. Él les dijo:
-¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no
tenéis fe?
Se quedaron espantados y se decían
unos a otros:
-¿Pero quién es éste? ¡Hasta el
viento y las aguas le obedecen!
COMENTARIO
El atardecer
presagia la inminente llegada de la noche. Luego acontece progresivamente todo
lo demás: oscuridad, dificultades, temores… ¿Qué hacer? Una posibilidad es la
de quedarse con los brazos cruzados, sin hacer nada; pero el oleaje del lago no
lo permite, al menos hay que agarrarse para no irse por la borda. Esta es la
situación que nos describe san Marcos hoy.
Aquí tenemos
una imagen muy descriptiva de nuestra propia vida, de nuestra Iglesia, de
nuestra Comunidad Cristiana: miedosos, recelosos, desconfiados, críticos,
indiferentes; sin embargo, también abundan los santos. Los santos tienen la
rara virtud de transformar el atardecer de la vida en amanecer de deslumbrante
esperanza, y todo porque tienen un grano de mostaza de fe. Así derriban muros
infranqueables, sortean escollos escabrosos, escalan cumbres inalcanzables;
todo gracias a una migaja de fe, sin intervenir en las decisiones personales de
nadie ni en el funcionamiento previsto de las leyes naturales.
¿Por qué hay
tanta desilusión y falta de ánimo en tantas personas y en nuestras comunidades
cristianas? ¿Estamos cansados? ¿Nos sentimos abandonados por Dios Padre? ¿Por
qué hay tan pocos cristianos comprometidos? ¿Por qué hay tan pocos jóvenes que
sigan la llamada del sacerdocio, de la vida religiosa, del compromiso
cristiano?
Preguntas
similares a estas se debían hacer aquellas primitivas comunidades cristianas:
ya no eran las cosas como en los tiempos de los apóstoles. Y viene la
tentación: ¡Volvamos atrás, a las antiguas costumbres, a las normas seguras, a
las estructuras estables! Pero esto es retroceder, y el cristiano está llamado
a avanzar en la construcción del Reino.
¿Qué hacer
entonces? San Pedro, el primer guía de nuestra comunidad cristiana nos sale al
paso en su carta: «Descargad en Dios todo vuestro agobio, que a él le interesa
vuestro bien» (1Ped 5, 7). Dios nos ha creado y Dios Padre no abandona a sus hijos;
decimos que es providente: vigila y está atento a nuestro obrar y a lo que nos
ocurre en cada momento. Ante cualquier dificultad, por imposible que nos
parezca, nos invita a ser creativos como él. ¿Creemos de verdad que estamos en
sus manos y que él tiene la última palabra sobre el mal y la muerte? San Marcos
nos sale al encuentro en este domingo para recordarnos el mensaje del Señor en
la barca en medio del lago: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?».
Este relato
de Marcos refleja muy bien nuestra propia vida. El mar encrespado simboliza las
dificultades de la vida a las que nos enfrentamos cada día. Cuando todo nos va
bien, ¿qué necesidad hay de acordarse de Dios? Sin embargo, cuando surge la
dificultad sentimos la necesidad imperiosa de buscar a Dios que nos dé seguridad.
En el relato de Marcos Jesús despierta, calma el mar en primer lugar y luego
tranquiliza también a sus discípulos. Les recuerda que Dios está ahí y nos
protege; nuestra vida está en sus manos, no nos abandona jamás. Él tiene la
última palabra sobre todos los males que nos inquietan y amenazan nuestra vida.
Jesús les recuerda que nadie naufragará en medio del mar encrespado de la vida;
a Dios Padre no se le pierde ninguno de sus hijos, nadie naufragará en el
oleaje encrespado de la vida humana.
¿Lo creemos
así? Que la eucaristía dominical robustezca nuestra fe y anime nuestra
esperanza.
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