miércoles, 26 de junio de 2024

XIII DOMINGO ORDINARIO - B

 Mc 5, 21-43

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:

«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».

Se fue con él y lo seguía mucha gente.

Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

«No temas; basta que tengas fe».

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:

«¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:

«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.

Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

 

COMENTARIO

El Libro de la Sabiduría nos sorprende hoy de entrada con esta afirmación: «Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes». San Marcos en el relato evangélico de este domingo nos presenta a Jesús totalmente a favor de la vida, de toda vida, por débil que esta sea o por proscrita que esté por la ley judía.

La hemorroísa sabe que su obligación, según la ley, es apartarse de todo contacto humano: es una pecadora, maldita de Dios, como delata claramente su enfermedad, aunque esté oculta a los ojos humanos. Sin embargo, su fe le impulsa a acercarse al Señor y tocarle, convencida que este puede ser el remedio de su dolorosa enfermedad; y así sucede.

Dios es Vida, ama la vida por imperfecta y limitada que sea, aun cuando a los ojos de los hombres ya no merezca prolongarse. Dios nos ha creado a su imagen, por lo tanto, para que estemos a favor de la vida, de toda vida.

No es comprensible, en un hijo de Dios, no defender la vida, no manifestarse, ni dar testimonio a favor de la vida, no combatir con todas las fuerzas por conservarla, mejorarla y hacerla universal. Mal anda nuestra sociedad, flaca está la fe de aquellos creyentes cristianos que dudan si defender la vida siempre. Desde la fe y el testimonio del pasaje evangélico de hoy, ningún creyente puede defender el aborto ni la eutanasia bajo la excusa de determinados presupuestos.

«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».

Aquí radica nuestro problema, el problema del hombre actual: No tenemos fe. No valoramos la vida en toda su grandeza, por imperfecta y limitada que parezca. La enfermedad, si es grave o no le vemos salida, nos deprime profundamente y no nos deja ver la grandeza de un diminuto aliento de vida.

El Dios cristiano es el Dios de la vida, que es fruto del amor; en cambio el odio produce la muerte. Jesús en el evangelio de hoy se manifiesta claramente a favor de la vida, de toda vida; toda su preocupación fue aliviar el dolor de la gente. Su presencia entre ellos producía entusiasmo y amor a la vida.

Tal vez a los cristianos de hoy nos falta fe. Jesús le dice al jefe de la sinagoga que no se dé por vencido: «No temas; basta que tengas fe». De esto se trata: los cristianos estamos llamados a dar testimonio de fe en la vida, porque nuestro Dios es el dios de la vida –así nos lo recuerda el Libro de la Sabiduría–, y a nosotros nos ha creado a su imagen y semejanza: amamos la vida y luchamos por conservarla y mejorarla. También nuestro Dios es el dios de la misericordia y la compasión y ha puesto en nosotros estas dos virtudes para que ayudemos a nuestros semejantes a vivir.

Que la palabra de Dios y el alimento de la eucaristía dominical nos animen a apostar siempre por la vida.

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