miércoles, 31 de julio de 2024

XVIII DOMINGO ORDINARIO - B

 Jn 6, 24- 35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que no estaban allí ni Jesús ni sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Lo encontraron al otro lado del lago, y le dijeron:

-Maestro, ¿cuándo has venido aquí?

Jesús les contestó:

-Os aseguro que no me buscáis porque habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan hasta hartaros. Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura para la vida eterna; el que os da el hijo del hombre, a quien Dios Padre acreditó con su sello.

Le preguntaron:

-¿Qué tenemos que hacer para trabajar como Dios quiere?

Jesús les respondió:

-Lo que Dios quiere que hagáis es que creáis en el que él ha enviado.

Le replicaron:

-¿Qué milagros haces tú para que los veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo».

Jesús les dijo:

-Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo; mi Padre es el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.

Ellos le dijeron:

-Señor, danos siempre de ese pan.

Jesús les dijo:

-Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.

 

COMENTARIO

En el pasaje evangélico que escuchamos hoy, san Juan nos presenta a una multitud buscando a Jesús, que acaba de saciar su hambre. ¿Por qué le buscan? Sin duda, porque les ha dado de comer.

¿Nos puede decir algo hoy a nosotros este texto evangélico? Ciertamente.

San Juan habla del paralelismo que hay entre el alimento material y el alimento espiritual. Es necesario que sintamos la necesidad de alimentarnos de Cristo, el Señor, como sentimos la necesidad de comer cuando estamos hambrientos. Sin embargo, para esto es necesaria la fe, regalo de Dios.

Observemos nuestro propio comportamiento como cristianos. Celebramos un bautizo, una primera comunión, menos veces una confirmación y cada vez menos una boda; con más frecuencia, un funeral por respeto al difunto. Lo hacemos, unas veces por convencimiento personal, otras por presiones de nuestros mayores o porque es un acto social que aún conserva cierto arraigo; pero nos comprometemos poco en ello: ¿Cuántos padrinos se preocupan luego de cuidar la fe de sus apadrinados, por ejemplo?

Y es que el salto a la fe no es sencillo. Nos pasa como al pueblo de Israel en el desierto en tiempos de Moisés: En cuanto aprieta el calor, la sed y el hambre en el desierto, se olvidan de los grandes prodigios obrados por su dios para conseguir su liberación de Egipto y desconfían de él.

El evangelista san Juan sabe lo difícil que es dar el salto a la fe y luego mantenerse fieles. De esto nos habla hoy en el texto evangélico.

Después del milagro de la multiplicación de los panes, aquella inmensa multitud está preparada para dar ese salto a la fe, pero la inmensa mayoría no lo da. Admiran a Jesús como un gran profeta, pero no son capaces de creer en Jesús como el enviado de Dios: no aceptan su mensaje del Reino.

El problema persiste hoy en nuestro mundo occidental, con el agravante de no sentir ni siquiera el hambre material; por lo que nos resultará más difícil comprender qué es sentir el hambre espiritual y la necesidad de saciarlo. Hemos alcanzado un nivel de vida tal, que no sentimos necesidad de poseer mucho más para ser felices y nos conformamos con el bienestar alcanzado. Tal vez la preocupación del momento es que no nos compliquen excesivamente la vida tantos inmigrantes y tantos maltratados por la vida, que invaden nuestras vidas a diario, deseando participar en nuestra felicidad. El mensaje del evangelio tiene mejor acogida en un ambiente de indigencia material, y Jesús lo sabe.

Encerrados en nuestro mundo de bienestar, no sentimos necesidad de mucho más, por lo tanto, tampoco de Dios. Pero si expulsamos a Dios de nuestras vidas, de la educación de las generaciones jóvenes, ¿qué futuro le espera a la humanidad sin un cimiento en valores humanos, éticos, religiosos y cristianos? ¿No habremos perdido el norte de nuestra historia?

A Jesús le buscaban porque había saciado su hambre. Hoy nuestro mundo, saciado de todo, ¿qué necesidad tiene de buscar a Jesús? Sin embargo, San Juan parece insinuar que es necesario buscar al Señor para que él nos haga sentir hambre espiritual y la necesidad de saciarla.

Pidámosle hoy que continúe alimentándonos con el pan y el vino de la eucaristía que nos satisfagan plenamente y para siempre.

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