Lc 21, 25-38.34-36
Habrá signos en
el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra, angustia de las
gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres
quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se
le viene encima al mundo, pues los astros temblarán. Entonces, verán al Hijo
del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a
suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
COMENTARIO
En los
primeros días del tiempo de adviento las lecturas de la Sagrada Escritura nos
invitan a meditar en la venida gloriosa del Señor al encuentro con los que
hemos mantenido la fe en él. A pesar de nuestras infidelidades y pecados
mantenemos nuestra esperanza viva: sabemos que el Señor viene a nuestro
encuentro para que estemos junto a él siempre. Ya en Navidad nos alegraremos al
celebrar que el Señor, que viene al final de los tiempos, es el mismo que un
día vino en carne mortal a compartir nuestra historia y revelarnos a Dios como
Padre que nos ama incondicionalmente.
En este
momento nos centramos en meditar en la esperanza en la venida del Señor al
final de los tiempos y, para cada uno, al final de su vida aquí en la tierra.
Pues bien, hemos de esperar ese momento con paz y serenidad, porque nosotros
sabemos que somos hijos, no de un dios cualquiera, sino de Dios Padre: padre de
todos, incluso de los que lo maldicen, o no creen en él o ni siquiera han oído
hablar jamás de él. Dios Padre nos acogerá con amor a todos. Así lo creemos y
así lo esperamos; por eso vivimos con paz y serenidad. Esto es lo que nos
diferencia del resto.
San Lucas
deja descrito este momento final con una serie de imágenes apocalípticas que
infunden pavor. Lo importante no son esas imágenes sino el mensaje que nos
quieren transmitir: es la forma literaria que encuentra el autor en su tiempo
para hacerse comprender. Sin embargo, el mensaje es de esperanza, como el
propio Lucas deja escrito al final del texto: «Cuando empiece a suceder
esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».
Sabemos que
nuestro mundo es finito, que nosotros mismos tenemos un tiempo de vida limitado
aquí en la tierra; el final de cada uno de nosotros no está tan lejano, pero
también sabemos que nuestro final no ha de ser de temor, ni mucho menos, de
angustia, sino de esperanza gozosa. A pesar de las apariencias externas
–enfermedad, dolor, desconcierto momentáneo, incertidumbre, temor– allí estará
el Señor Resucitado acogiéndonos.
¿Qué hacer ahora,
mientras estamos en esta vida? Se trata de vivir acordes con esa fe que nos
mantiene esperanzados: «Nada de comilonas ni borracheras; nada de lujuria
ni desenfreno; nada de peleas ni envidias» (Rm 13,13); ni preocupación por el
dinero. No nos dejemos llevar por lo que nada vale. La segunda lectura nos
orienta un poco más: «Que el Señor os haga rebosar de amor mutuo y de amor a
todos, para que cuando vuelva acompañado de sus santos, os presentéis
irreprensibles ante Dios, nuestro Padre». Pongamos especial interés en
ejercitarnos en el amor a todos, incluidos los extraños y hasta los enemigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario