miércoles, 27 de noviembre de 2024

I ADVIENTO - C

 Lc 21, 25-38.34-36


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra, angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros temblarán. Entonces, verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

COMENTARIO

En los primeros días del tiempo de adviento las lecturas de la Sagrada Escritura nos invitan a meditar en la venida gloriosa del Señor al encuentro con los que hemos mantenido la fe en él. A pesar de nuestras infidelidades y pecados mantenemos nuestra esperanza viva: sabemos que el Señor viene a nuestro encuentro para que estemos junto a él siempre. Ya en Navidad nos alegraremos al celebrar que el Señor, que viene al final de los tiempos, es el mismo que un día vino en carne mortal a compartir nuestra historia y revelarnos a Dios como Padre que nos ama incondicionalmente.

En este momento nos centramos en meditar en la esperanza en la venida del Señor al final de los tiempos y, para cada uno, al final de su vida aquí en la tierra. Pues bien, hemos de esperar ese momento con paz y serenidad, porque nosotros sabemos que somos hijos, no de un dios cualquiera, sino de Dios Padre: padre de todos, incluso de los que lo maldicen, o no creen en él o ni siquiera han oído hablar jamás de él. Dios Padre nos acogerá con amor a todos. Así lo creemos y así lo esperamos; por eso vivimos con paz y serenidad. Esto es lo que nos diferencia del resto.

San Lucas deja descrito este momento final con una serie de imágenes apocalípticas que infunden pavor. Lo importante no son esas imágenes sino el mensaje que nos quieren transmitir: es la forma literaria que encuentra el autor en su tiempo para hacerse comprender. Sin embargo, el mensaje es de esperanza, como el propio Lucas deja escrito al final del texto: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».

Sabemos que nuestro mundo es finito, que nosotros mismos tenemos un tiempo de vida limitado aquí en la tierra; el final de cada uno de nosotros no está tan lejano, pero también sabemos que nuestro final no ha de ser de temor, ni mucho menos, de angustia, sino de esperanza gozosa. A pesar de las apariencias externas –enfermedad, dolor, desconcierto momentáneo, incertidumbre, temor– allí estará el Señor Resucitado acogiéndonos.

¿Qué hacer ahora, mientras estamos en esta vida? Se trata de vivir acordes con esa fe que nos mantiene esperanzados: «Nada de comilonas ni borracheras; nada de lujuria ni desenfreno; nada de peleas ni envidias» (Rm 13,13); ni preocupación por el dinero. No nos dejemos llevar por lo que nada vale. La segunda lectura nos orienta un poco más: «Que el Señor os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, para que cuando vuelva acompañado de sus santos, os presentéis irreprensibles ante Dios, nuestro Padre». Pongamos especial interés en ejercitarnos en el amor a todos, incluidos los extraños y hasta los enemigos.

Escucharemos hoy en el prefacio: El Señor que vendrá al final de los tiempos «viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino». Viene a nosotros en el enfermo, en el pobre, en los más vulnerables. El Señor viene en todos estos para que demos testimonio de nuestra esperanza, que no es otra cosa sino el amor fraterno, vivir amando como Jesús nos amó. ¡Mantengámonos vigilantes! –nos invita el Señor.

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