Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
–Entonces, ¿qué hacemos?
Él contestó:
–El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el
que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
–Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
Él les contestó:
–No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
–¿Qué hacemos nosotros?
Él les contestó:
–No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con
denuncias, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban
si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
–Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más
que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu
Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su
trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le
anunciaba la Buena Noticia.
COMENTARIO
Se acercan las fiestas de navidad y las lecturas de
este domingo ya nos invitan a la alegría.
Hoy las lecturas bíblicas nos animan a vivir siempre
alegres. «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» –les
recuerda san Pablo a los filipenses–; y les explica la razón de la alegría
cristiana: «porque el Señor está cerca». Aquí está el motivo de la alegría
cristiana.
El profeta Sofonías, en su tiempo, también invitaba al
pueblo judío a vivir alegres: «Alégrate y goza de todo corazón, Jerusalén»; y
también explica el porqué de este regocijo: El Señor te ha perdonado, el Señor
está en medio de ti y se alegra contigo.
Ahora bien, nos podemos preguntar cómo llegar a poseer
esta virtud de la alegría. En primer lugar, hemos de ser conscientes de que es
un don de Dios. Dios Padre se la da a todo el que la busca; tan solo nos pide
vivir esperando, o mejor dicho, «expectantes», lo que implica una espera
activa; esto supone vivir en actitud de búsqueda: «Me buscaréis y me
encontraréis, cuando me busquéis de todo corazón. Me dejaré encontrar y
restauraré vuestro bienestar» –dice el Señor por boca del profeta Jeremías
(Jr 29, 13-14).
«El pueblo estaba en expectación» –leemos hoy en el
evangelio de Lucas. Los israelitas que acudían a orillas del Jordán a escuchar
a Juan el Bautista estaban «expectantes», es decir, intuían que algo bueno,
esperanzador para ellos estaba a punto de suceder. Veían señales que les hacían
pensar así: la situación de paz universal bajo el dominio de Roma, la aparición
de un nuevo profeta 500 años después del último de los profetas, Malaquías.
Juan Bautista les exhortaba a cambiar de vida y les «anunciaba la Buena
Noticia». Por esto el pueblo en masa se pone en movimiento, se acerca a las
orillas del Jordán a escuchar a Juan, no se quedan en casa esperando. Esto es
vivir expectantes.
En este tiempo de adviento, ¿qué reflexión nos podemos
hacer a partir de los textos bíblicos que hemos recordado?
En primer lugar, debemos vivir de esperanza, pero de
esperanza activa, es decir, «expectantes», como el pueblo judío en tiempos de
Juan el Bautista.
En segundo lugar, la auténtica alegría, la que perdura
en el tiempo, solo está en Dios y de él nos viene gratuitamente, si la
buscamos, porque él se deja encontrar –nos recuerda el profeta Jeremías. La
alegría que nos proporciona la sociedad de consumo, las fiestas familiares y
populares, las diversiones, si son expresión espontánea de la alegría que
llevamos dentro recibida de Dios, esa alegría es duradera, si no, como viene se
va tras unos momentos de placer. Por el contrario, la alegría que proviene de
Dios es la que sentimos después de haber hecho una buena obra por alguien
necesitado, la que experimentamos cuando damos una limosna o hacemos un favor
sin esperar nada a cambio, cuando compartimos, colaboramos en el voluntariado
del barrio o la parroquia. Esta alegría perdura en el tiempo, nos llena de
satisfacción y permanece.
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