miércoles, 11 de diciembre de 2024

III DOMINGO DE ADVIENTO - C

 Lucas 3, 10-18

        En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

–Entonces, ¿qué hacemos?

Él contestó:

–El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.

Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:

–Maestro, ¿qué hacemos nosotros?

Él les contestó:

–No exijáis más de lo establecido.

Unos militares le preguntaron:

–¿Qué hacemos nosotros?

Él les contestó:

–No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.

El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:

–Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.

 

COMENTARIO

Se acercan las fiestas de navidad y las lecturas de este domingo ya nos invitan a la alegría.

Hoy las lecturas bíblicas nos animan a vivir siempre alegres. «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» –les recuerda san Pablo a los filipenses–; y les explica la razón de la alegría cristiana: «porque el Señor está cerca». Aquí está el motivo de la alegría cristiana.

El profeta Sofonías, en su tiempo, también invitaba al pueblo judío a vivir alegres: «Alégrate y goza de todo corazón, Jerusalén»; y también explica el porqué de este regocijo: El Señor te ha perdonado, el Señor está en medio de ti y se alegra contigo.

Ahora bien, nos podemos preguntar cómo llegar a poseer esta virtud de la alegría. En primer lugar, hemos de ser conscientes de que es un don de Dios. Dios Padre se la da a todo el que la busca; tan solo nos pide vivir esperando, o mejor dicho, «expectantes», lo que implica una espera activa; esto supone vivir en actitud de búsqueda: «Me buscaréis y me encontraréis, cuando me busquéis de todo corazón. Me dejaré encontrar y restauraré vuestro bienestar» –dice el Señor por boca del profeta Jeremías (Jr 29, 13-14).

«El pueblo estaba en expectación» –leemos hoy en el evangelio de Lucas. Los israelitas que acudían a orillas del Jordán a escuchar a Juan el Bautista estaban «expectantes», es decir, intuían que algo bueno, esperanzador para ellos estaba a punto de suceder. Veían señales que les hacían pensar así: la situación de paz universal bajo el dominio de Roma, la aparición de un nuevo profeta 500 años después del último de los profetas, Malaquías. Juan Bautista les exhortaba a cambiar de vida y les «anunciaba la Buena Noticia». Por esto el pueblo en masa se pone en movimiento, se acerca a las orillas del Jordán a escuchar a Juan, no se quedan en casa esperando. Esto es vivir expectantes.

En este tiempo de adviento, ¿qué reflexión nos podemos hacer a partir de los textos bíblicos que hemos recordado?

En primer lugar, debemos vivir de esperanza, pero de esperanza activa, es decir, «expectantes», como el pueblo judío en tiempos de Juan el Bautista.

En segundo lugar, la auténtica alegría, la que perdura en el tiempo, solo está en Dios y de él nos viene gratuitamente, si la buscamos, porque él se deja encontrar –nos recuerda el profeta Jeremías. La alegría que nos proporciona la sociedad de consumo, las fiestas familiares y populares, las diversiones, si son expresión espontánea de la alegría que llevamos dentro recibida de Dios, esa alegría es duradera, si no, como viene se va tras unos momentos de placer. Por el contrario, la alegría que proviene de Dios es la que sentimos después de haber hecho una buena obra por alguien necesitado, la que experimentamos cuando damos una limosna o hacemos un favor sin esperar nada a cambio, cuando compartimos, colaboramos en el voluntariado del barrio o la parroquia. Esta alegría perdura en el tiempo, nos llena de satisfacción y permanece.

Señor, que busquemos siempre la alegría que brota de la entrega generosa por los demás y que tú también experimentaste al dar tu vida en la cruz por nosotros y que ahora recordamos en la eucaristía.

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