miércoles, 18 de diciembre de 2024

IV DOMINGO DE ADVIENTO - C

 Lc 1, 39- 45

        En aquellos días, María se puso de camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel escuchó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo voz en grito:

-¡Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

COMENTARIO

Sin duda, que la vida tiene otra perspectiva cuando se vive desde la fe.

Hoy san Lucas nos dibuja una escena imposible de captar en toda su viveza por la mejor cámara digital moderna: el encuentro de dos mujeres llenas de fe y del Espíritu. Se saludan con palabras de gozo desbordante; la alegría que sienten ambas atropella las palabras y expresiones en el saludo inicial. Es importante imaginarnos la escena, solo comprensible en toda su grandeza por aquellas madres que han vivido la alegría del embarazo. Los hombres no captamos la plenitud del gozo experimentado por dos futuras madres que se encuentran para contarse el don recibido de Dios.

Este texto requiere imaginar la escena y caer en la cuenta de la dicha reservada únicamente a la mujer, y que es dada gratuitamente por Dios.

Sin fe, no se entiende nada de lo que aquí se dice por eso muchos interpretan la descripción de san Lucas como una ficción, un sueño.

Uno de los problemas que vive una no pequeña parte de nuestra sociedad española es este: el embarazo es visto más como un incordio, un fastidio, una mala suerte, un estorbo del que hay que deshacerse cuanto antes; el embarazo recorta tiempo de disfrute de la vida; el hijo, si viene, habrá que dejarlo al cuidado de los abuelos para que podamos vivir la vida.

Los creyentes esperamos la navidad con gozo, como espera la inmensa mayoría de las mujeres embarazadas la llegada de su hijo; sabiendo que algo grande va a pasar en sus vidas. Alguien va a transformar nuestra vida para siempre y para bien. ¡Bendita la mujer embarazada que tiene fe, porque puede vivir la navidad comprendiéndola en toda su profundidad! Los hombres deberíamos desear ser mujer en estos días para vivir en plenitud y con gozo el misterio de la navidad.

Ahora bien, ¿a qué niño espera María? De su prima Isabel ya sabemos que nacerá Juan el Bautista, del que ya hemos oído hablar en los dos primeros domingos del adviento.

La primera lectura de este domingo del profeta Miqueas nos hace un retrato profético del hijo de María. Este niño será el jefe de Israel y guiará al pueblo como un pastor guía a su rebaño. De la figura del pastor tenemos abundantes descripciones en los evangelios; el mismo hijo de María, Jesús, se considera a sí mismo el «Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas», las conduce a fértiles pastos y busca a la descarriada y no para hasta encontrar a la extraviada. Añade el profeta Miqueas que este niño «será nuestra paz».

Este es el niño que esperamos. Ahora, como hace dos mil años, celebramos esta gran noticia: Dios se ha hecho uno de nosotros para compartir nuestra historia e indicarnos el camino de nuestra felicidad: hacer la voluntad de Dios Padre, entregando nuestra vida por los hermanos.

En la eucaristía recordamos y celebramos ese momento final de Cristo al dar su vida por la salvación de todos.

Que celebremos estos días de navidad, días de alegría y esperanza, con fe.

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