jueves, 2 de enero de 2025

II DOMINGO DE NAVIDAD - C

 Juan 1, 1-18


En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:

«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

 

COMENTARIO

En la segunda lectura de este día, san Pablo presenta su plegaria a Dios Padre por los cristianos de Éfeso (en ellos también nos sentimos representados nosotros), para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, «el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama». Esta ha de ser nuestra plegaria en estos días navideños. El enorme despliegue de la propaganda consumista para atraernos a disfrutar al máximo los últimos días del año y el inicio del nuevo nos dificulta profundizar el sentido del nacimiento del Hijo de Dios con lo que implica su encarnación. 

En este domingo, ya avanzado el tiempo de navidad, la Iglesia nos invita a meditar con mayor profundidad en el misterio del nacimiento de Jesús, en lo que significa la Encarnación en la Humanidad. El comienzo de la Navidad nos introduce de lleno en la fiesta desbordante, y los adornos y encuentros festivos de estos días pueden ensombrecer, crear una niebla que no nos permita ver con claridad la importancia de la Encarnación del Hijo de Dios en nuestras vidas.

Juan el Bautista profetiza la inminencia del acontecimiento y nos invita a prepararnos para que, cuando suceda, no nos coja desprevenidos.

Juan evangelista revela con claridad quién es el que viene: el Hijo de Dios, que es la Luz y la Palabra.

Él es la Luz que ilumina a todos los que abran la ventana de su corazón para recibirla. Es también la Palabra, Dios hecho comprensible a los oídos humanos que estén abiertos y dispuestos a escuchar.

A lo largo del texto evangélico de Juan, el Hijo de Dios se revelará como el Camino a seguir para llegar al Padre; la Verdad, que nos libra de toda duda y confusión; la Vida para todos los hombres que lo reconocen como el Hijo de Dios.

A Dios nadie lo ha visto jamás, sino es el Hijo Unigénito, que es quien nos lo ha dado a conocer, pues viene de la casa del Padre (Jn 1, 18-20).

Con el Hijo, Dios Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales (Ef 1, 3-10)–añade san Pablo en otra de sus cartas–, a todos los que le reconocen y aceptan.

En este tiempo de navidad sigamos meditando en esta enseñanza del evangelista y que las distracciones alegres de estos días no cieguen nuestros corazones e impidan vivir la verdadera navidad.

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