miércoles, 6 de noviembre de 2024

XXXII DOMINGO ORDINARIO - B

 Mc 12, 38-44


En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía:

- ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa.

Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos les dijo:
- Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

 

COMENTARIO

En el texto evangélico que nos ofrece san Marcos hoy se desprenden dos enseñanzas importantes para nuestra vida de cada día. Se trata de dos situaciones ordinarias de la vida con las que nos encontramos con frecuencia.

En primer lugar, San Marcos aborda el tema de la hipocresía. ¡Cómo nos gusta aparentar! Juzgamos que lo importante es ofrecer una buena imagen de comportamiento social ante la gente para sentirnos bien; nos encanta que la gente nos alabe por nuestras obras, nuestra actitud o nuestro aparente buen ejemplo. Concluimos, erróneamente, creyéndonos que Dios Padre nos alabará de forma parecida a como lo hacen los hombres. Sin embargo, Dios Padre lee en el corazón, en lo más profundo del hombre y, con seguridad, nos juzga con un inmenso amor y misericordia, pero certeramente: Dios no juzga las apariencias, sino que ve las intenciones, los pensamientos y deseos más íntimos del ser humano. Al menos esto es lo que nos da a entender Jesús en el relato evangélico de hoy.

Con qué facilidad nos engañamos a nosotros mismos al terminar aceptando como verdadero el juicio de los que nos rodean, quienes casi siempre nos juzgan con hipocresía, no manifestando lo que realmente sienten sobre nosotros. Son pocos los que nos manifiestan con sinceridad lo que piensan realmente de nosotros.

Escuchemos de nuevo las observaciones que Jesús hace sobre los letrados del pueblo: «¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa». Estas afirmaciones son suficiente motivo para llevar a Jesús ante los tribunales – en su caso, al Consejo del Sanedrín– para que lo condenen, pero no por eso Jesús calla. Seguramente que su intención no era ofender, sino recuperar, rescatar, atraerlos al buen camino. Tal vez era también consciente del poco éxito que iba a tener, pero no por eso dejó de expresar en voz alta lo que todos conocían sobradamente.

Por otra parte, está el ejemplo de esa pobre viuda, quien da lo que ella misma necesita para vivir; y lo da sin hacer alardes de generosidad, en medio de la inadvertencia general del pueblo. Su gesto no pasa inadvertido para Jesús y se lo hace notar a sus discípulos: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie». Por eso su generosidad no quedará sin recompensa.
Seguro que hoy, al escuchar o meditar este pasaje del evangelio, vendrán a nuestra imaginación multitud de personas conocidas que situaríamos en cualquiera de los dos grupos descritos magistralmente por san Marcos.

Ahora bien, ¿somos capaces de situarnos nosotros mismos entre el grupo de los letrados?; ¿nos vemos entre los imitadores de la viuda?; ¿tal vez pertenecemos al grupo de esa muchedumbre anónima que ve y calla por cobardía, por inconsciencia, por una falsa amistad, por servilismo, por medrar. De todos modos, será mejor que nos sometamos al juicio de Jesús, quien siempre lo hará con misericordia. Dejémonos rescatar por el Señor, quien nos encaminará por la senda correcta.

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