miércoles, 19 de marzo de 2025

III DONMINGO DE CUARESMA - C

 Lc 13, 1-9


En una ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:

¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y Aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

Y les dijo esta parábola:

Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”. Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.

 COMENTARIO:

Desde la playa de la Lanzada (Pontevedra) se contempla la isla de Ons, no muy alejada de la costa. La impresión que da es de una isla pequeña, pero si la contemplas desde otros puntos de la costa gallega, descubres que no es tan diminuta como cabría imaginar. Es necesaria una visión aérea y posteriormente recorrer sus senderos y costa para tener una idea más exacta de su extensión.

Algo parecido nos pasa a los creyentes con Dios. Hemos fabricado una imagen de Dios a nuestra medida; hemos ajustado, a lo largo de los años, nuestros anteojos para tener una visión de Dios que no nos inquiete y nos dé seguridad; y ahí nos hemos quedado, porque nos encontramos muy a gusto con ella.

Pienso que esta era también la acusación que Jesús hacía con su reiterada muletilla: «…y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo»; es decir, si no cambiáis de perspectiva, moriréis en vuestro error.

Los israelitas tenían terminantemente prohibido fabricarse imágenes de Dios. Así leemos en el libro del Éxodo 20, 4: «No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra». ¿Y por qué se lo prohíbe Yahvé, su dios? nos podemos preguntar. Sencillamente porque el fabricarnos una imagen de una persona o del mismo Dios, limita la grandeza de esa persona, la propia grandeza e inmensidad de Dios. Así una imagen de Dios misericordioso, por perfecta que sea, por bien que lo represente, y adorar a un dios acorde con esta imagen es encerrar la misericordia de Dios en unas coordenadas de tiempo y espacio. La misericordia de Dios se sale de cualquier límite que pretendamos encerrarla.

Sin embargo, a los israelitas les pasaba como a nosotros: una cosa es no esculpir una estatua de madera policromada, piedra o escayola; pero sí construirla en nuestra imaginación y llevarla a cuestas con nosotros por el mundo. Esto último sí lo hicieron los buenos de los judíos y lo seguimos haciendo nosotros. ¡Se vive tan a gusto, tan seguro así!

La enseñanza de Jesús de hoy queda clara y nos la repite varias veces: Si no cambiamos, si no nos convertimos, todos pereceremos igual.

El creyente tiene que estar descubriendo cada día, en cada situación una nueva imagen de su Dios. Para ello es necesario situarse en distintos puntos, en distintas perspectivas: ahondar en las Escrituras, en la oración, en la contemplación. Nuestro Dios es un manantial que nunca se agota, nos insinúan nuestros santos místicos, como san Juan de la Cruz.

Jesús parece decir a sus oyentes que tienen que ver a Yahvé en una perspectiva de misericordia infinita, de Padre que no se cansa de esperar al hijo que ha marchado de casa, porque esta era la perspectiva de Dios que ellos tenían más ofuscada.

Bien, pues aquí tenemos un camino de conversión para esta cuaresma: aceptar al Dios de la misericordia sin límites ni exclusiones. Dios espera de nosotros este fruto de conversión año tras año. Pidamos que no corte aún nuestra higuera, que vamos a dar los frutos de misericordia esperados.

Que en el pan y vino de la eucaristía, cuerpo y sangre de Cristo, encontremos la fuerza para alcanzar un corazón más misericordioso cada día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario