Lc 9, 28b-36
-Maestro, qué bien se está aquí.
Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía. Todavía
estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en
la nube. Una voz desde la nube decía:
-Este es mi Hijo, el escogido,
escuchadle.
Cuando sonó la voz, se encontró
Jesús solo. Ellos guardaban silencio y, por el momento no contaron a nadie nada
de lo que habían visto.
COMENTARIO
Desde la
ventana de tu piso contemplas la calle que se estrecha en la lejanía. Por ella
transitan gentes de todas las edades, también de otras ciudades y pueblos. En
el ambiente se palpan las prisas, nervios, preocupaciones… Un jubilado pasea su
perro o tal vez el del nieto que está en el colegio. Dos señoras, con sus respectivos
carros de la compra, cruzan la calle en frente del supermercado. Un hombre de
mediana edad entra en el banco. Dos chicas se saludan sin prisas y se
entretienen hablando, mientras una furgoneta de reparto de mercancías se para
en medio de la calle y provoca un ligero atasco. Es la rutina de la vida diaria
en una ciudad cualquiera.
¿Y cómo se
las arregla Dios para hacerse ver en el ajetreo diario de nuestra vida? San
Lucas nos cuenta hoy cómo se las apañó el Señor para manifestarse como el
Mesías, como el Hijo de Dios, y que al menos sus discípulos más íntimos
quedaran deslumbrados por tan prodigioso acontecimiento.
Hoy, como en
tiempos de Jesús, también nuestro mundo se cae de sueño, como Pedro, Santiago y
Juan, porque no es capaz de contemplar la clara manifestación de nuestro Dios
en el acontecer diario: La negra nube de nuestras prisas, preocupaciones,
excesivo trabajo, desenfrenada diversión, desinterés por el prójimo,
desconfianzas mutuas, envidias solapadas, hipocresías, violencias… Este inmenso
nubarrón nos impide contemplar la vida divina en su esplendor.
Solo Dios
Padre puede atravesar esta nube y hacerse visible; y con relativa frecuencia lo
hace. ¡Qué pena si seguimos durmiendo en esos momentos! Porque Dios Padre nos
espabila de nuestro sueño cuando nos sorprende con catástrofes naturales o
provocadas por el hombre, como las guerras. Ahí es preciso tener los ojos bien
abiertos y contemplar la solidaridad humana, los gestos de heroísmo, el
derroche de generosidad de tanto voluntario. Esto es lo que hace exclamar a
Pedro: ‘Maestro, qué bien se está aquí’.
Aprovechemos el tiempo de cuaresma para contemplar a Dios. Despertemos del sueño porque Dios Padre se nos manifiesta constantemente en estos acontecimientos ordinarios, protagonizados por los hombres, nuestros hermanos. Si de nosotros sale la exclamación de Pedro es que hemos contemplado la verdadera vida divina, la que merece la pena vivir porque nos llena de satisfacción.
Hagámonos también nosotros protagonistas de tanta compasión, de tan extraordinaria generosidad y entrega en favor de los que nos piden estar a su lado en estos momentos. Esta es la mejor, tal vez la única forma de hacer visible a Dios Padre, presente en todo momento entre nosotros, animándonos a apreciar la vida que él reparte a manos llenas.
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