miércoles, 12 de marzo de 2025

II DOMINGO DE CUARESMA - C

 Lc 9, 28b-36


En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba. El aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:

-Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:

-Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaban silencio y, por el momento no contaron a nadie nada de lo que habían visto.


COMENTARIO

Desde la ventana de tu piso contemplas la calle que se estrecha en la lejanía. Por ella transitan gentes de todas las edades, también de otras ciudades y pueblos. En el ambiente se palpan las prisas, nervios, preocupaciones… Un jubilado pasea su perro o tal vez el del nieto que está en el colegio. Dos señoras, con sus respectivos carros de la compra, cruzan la calle en frente del supermercado. Un hombre de mediana edad entra en el banco. Dos chicas se saludan sin prisas y se entretienen hablando, mientras una furgoneta de reparto de mercancías se para en medio de la calle y provoca un ligero atasco. Es la rutina de la vida diaria en una ciudad cualquiera.

¿Y cómo se las arregla Dios para hacerse ver en el ajetreo diario de nuestra vida? San Lucas nos cuenta hoy cómo se las apañó el Señor para manifestarse como el Mesías, como el Hijo de Dios, y que al menos sus discípulos más íntimos quedaran deslumbrados por tan prodigioso acontecimiento.

Hoy, como en tiempos de Jesús, también nuestro mundo se cae de sueño, como Pedro, Santiago y Juan, porque no es capaz de contemplar la clara manifestación de nuestro Dios en el acontecer diario: La negra nube de nuestras prisas, preocupaciones, excesivo trabajo, desenfrenada diversión, desinterés por el prójimo, desconfianzas mutuas, envidias solapadas, hipocresías, violencias… Este inmenso nubarrón nos impide contemplar la vida divina en su esplendor.

Solo Dios Padre puede atravesar esta nube y hacerse visible; y con relativa frecuencia lo hace. ¡Qué pena si seguimos durmiendo en esos momentos! Porque Dios Padre nos espabila de nuestro sueño cuando nos sorprende con catástrofes naturales o provocadas por el hombre, como las guerras. Ahí es preciso tener los ojos bien abiertos y contemplar la solidaridad humana, los gestos de heroísmo, el derroche de generosidad de tanto voluntario. Esto es lo que hace exclamar a Pedro: ‘Maestro, qué bien se está aquí’.

Aprovechemos el tiempo de cuaresma para contemplar a Dios. Despertemos del sueño porque Dios Padre se nos manifiesta constantemente en estos acontecimientos ordinarios, protagonizados por los hombres, nuestros hermanos. Si de nosotros sale la exclamación de Pedro es que hemos contemplado la verdadera vida divina, la que merece la pena vivir porque nos llena de satisfacción.

Hagámonos también nosotros protagonistas de tanta compasión, de tan extraordinaria generosidad y entrega en favor de los que nos piden estar a su lado en estos momentos. Esta es la mejor, tal vez la única forma de hacer visible a Dios Padre, presente en todo momento entre nosotros, animándonos a apreciar la vida que él reparte a manos llenas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario