miércoles, 23 de abril de 2025

II DOMINGO DE PASCUA - C

 Jn 20, 19-31



Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

- Paz a vosotros.

Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.

Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino el Señor. Y los otros discípulos le decían:

- Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

- Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto el dedo en el agujero de los clavos, si no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo:

- Paz a vosotros.

- Luego dijo a Tomás:

- Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomas:

- ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

- ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean si haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

 

COMENTARIO:

Una persona que busca y desea sinceramente creer es ya un creyente para Dios. En ocasiones no es posible mucho más, pero Dios conoce nuestra limitación y debilidad y nos comprende y sabe encontrar caminos para llevarnos al encuentro con él; y no dudemos que un día nos dará gratuitamente el hermoso regalo de la fe.

Vivimos en un mundo y en un momento de la historia de la humanidad y del cristianismo en el que somos nosotros, cada uno personalmente, los que tenemos que tomar una decisión personal de emprender el camino de aproximación a la fe, de seguir creyendo o de abandonar la fe. Nadie decide por nosotros ni contamos con las seguridades del pasado, cuando éramos pequeños y nuestros padres nos llevaban a la catequesis y nos acercaban a recibir los sacramentos del bautismo, la confesión, la primera comunión y la confirmación. Todo era más fácil entonces. Solo era dejarse guiar: todos nos bautizábamos, recibíamos la primera comunión, íbamos a misa los domingos y fiestas. Todo nos venía dado. A esta manera de proceder la llamamos ahora una fe infantil. Ahora se nos pide una fe adulta, responsable –así se nos dice–. Cada uno debe decidir, incluso si se bautiza o no. Cada vez son más las familias jóvenes que prefieren que sus hijos decidan si se bautizan o no cuando sean mayores; por otra parte, la vivencia cristiana en familia ayuda poco o es incluso un obstáculo para madurar en la fe.

No es que antes nuestros padres y nosotros mismos no llegáramos a tener una fe adulta. ¿Quién se atrevería a decir que nuestros abuelos no tenían fe?

Pues bien, hoy el apóstol Tomás viene en nuestra ayuda. Él tampoco cree si no ve: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto el dedo en el agujero de los clavos, si no meto la mano en su costado, no lo creo».

Ciertamente que hoy es más difícil vivir nuestro cristianismo y conservar nuestra fe. Preguntémonos qué es lo que le llevó a Tomás a hacer una profesión de fe como la que hizo: «¡Señor mío y Dios mío!».

En un primer momento, nos puede parecer que Tomás da una respuesta altanera y un poco soberbia; sin embargo, es un hombre que busca con sinceridad y, al final del relato de san Juan, nos le imaginamos en actitud de profunda humildad, como nos lo pinta Caravaggio (1602), haciendo la profesión de fe más solemne de los evangelios: «¡Señor mío y Dios mío!». Hoy tenemos que aprender a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero. La actitud de acogida e invitación de Jesús «no seas incrédulo sino creyente», sin reprocharle lo más mínimo, lleva a Tomás a acercarse al Resucitado. Este sencillo gesto de sinceridad y humildad le hace acreedor del don de la fe que recibe generosamente de Jesús.

Termina el evangelista san Juan el relato de su evangelio: «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre».

Que estos signos de Jesús, ofrecidos por los evangelistas, nos ayuden a afianzar nuestra fe y acerquen, a quienes buscan la verdad con sinceridad y humildad, a encontrar el camino de la fe.

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