miércoles, 2 de abril de 2025

V DOMINGO DE CUARESMA - C

 Jn 8, 1- 11


En aquel tiempo, Jesús se retiró al Monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y colocándola en medio, le dijeron:

-Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adulteras: tú, ¿qué dices? Le preguntaban esto para comprometerlo, y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

-El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Y se quedó sólo Jesús y la mujer en medio de pie.

Jesús se incorporó y le preguntó:

-Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?
Ella le contestó:

- Ninguno, Señor.

Jesús dijo:

- Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más.

 

COMENTARIO

El evangelista Juan nos describe la escena con minuciosidad. Es el amanecer de un nuevo día. El amanecer nos invita siempre a la esperanza de un nuevo día que se abre ante nosotros con la claridad de una luz recién estrenada; un sinfín de posibilidades ante nosotros.

Jesús baja del Monte de los Olivos, de su encuentro con el Padre. Viene cargado de buenas noticias para todos. Se dirige al Templo. Allí acude todo el pueblo a escuchar su palabra, siempre de esperanza y vida. Por esto acuden precisamente a su encuentro.

En la explanada del Templo, una mujer, que el evangelista describe como adúltera: en esa palabra se resumen todas sus virtudes. Frente a ella, en actitud agresiva, están las autoridades, los letrados y fariseos, dispuestos a ejecutar el mandato de la Ley de Moisés: «Moisés nos manda apedrear a las adulteras: tú, ¿qué dices?». Jesús nada responde, se inclina y parece escribir en el polvo de la tierra. Nunca hemos sabido qué pudo escribir. Como insistían en la pregunta, al fin Jesús dicta la sentencia: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». Y añade el narrador de la escena: «Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más ‘viejos’».

Por fin, desaparece la tensión de la escena. Ya están la mujer, “la miseria”, y Jesús, “la misericordia”, solos, frente a frente: «¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Vete en paz».

 Abandonan la escena comenzando por los más viejos, no en edad sino en autoridad y prepotencia: letrados, fariseos, sacerdotes, escribas, los guardianes del cumplimiento de la Ley, hasta no quedar nadie más que Jesús y la adúltera, la ‘misericordia’ frente a la ‘miseria’.

La ‘misericordia’ provoca el renacer desde la ‘miseria’, desde sus cenizas, desde ese pequeño rescoldo de divinidad que queda entre ellas. Nosotros pensamos que Dios nos perdona porque nosotros mostramos nuestro arrepentimiento y a este le sigue el perdón de Dios. Más bien, al contrario; Dios acoge incondicionalmente, antes de que le hayamos pedido perdón y el afecto que nace en nosotros provoca nuestra regeneración, nuestra respuesta amorosa. Ninguna expresión en el texto hace pensar que aquella mujer se haya arrepentido, ni que no vaya a seguir igual. Jesús conoce de sobra que no es sencillo regenerarse, pero es consciente que esa semilla de afecto “Gracia” va a ir haciendo efecto.

Jesús nos dice a nosotros hoy: «Anda y en adelante no peques más». Nos conocemos y sabemos que no decimos la verdad cuando le prometemos a Jesús no volver al mal camino. Sigamos el consejo que daba san Felipe Neri a sus jóvenes oratorianos: “Sed buenos si podéis”.

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