miércoles, 7 de mayo de 2025

IV DOMINGO DE PASCUA - C

  Jn 10, 27-30


En aquel tiempo, dijo Jesús:

«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.

Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.

Yo y el Padre somos uno».

 

COMENTARIO

¡Palabras de consuelo y esperanza, sin duda, las de Jesús en el evangelio de hoy! Dios es su Padre y nadie es más fuerte que el Padre.

«¡Estoy con mi padre!» –respondía aquella niña de tres años, ante el asombro de los que la escuchaban. La lava del volcán en erupción amenazaba trágica e inminente a aquella pequeña aldea. El señor Anastasio –que así se llamaba– contemplaba, preocupado pero sereno, la marcha lenta pero imparable de aquel río de fuego. Su casa era la primera de la aldea, la más cercana a la lava; sin embargo, la serenidad del padre frente al peligro hacía sentirse segura a su hija porque su padre era, sin duda, más fuerte que el peligro.

¿Qué nos pasa a los creyentes de hoy que, ante los peligros, deserciones de muchos, pecados y miserias de algunos, falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, ausencias en nuestros templos…nos deprimimos y desalentamos? ¿Acaso Dios Padre ha perdido poder? ¿Tal vez se le han acabado los recursos de convocar a sus hijos a la acción? Afirmamos creer en Dios, decimos fiarnos ciegamente de él, pero en la práctica vivimos como si así no fuera.

Las palabras de Jesús hoy tienen que ser el soplo que avive el rescoldo de nuestra esperanza cristina y renovar así nuestro compromiso por la salvación del hombre. Si realmente confiamos más en el poder de Dios y menos en nuestras posibilidades y recursos, comenzaremos a ver la luz al final del túnel. Todos los días amanece tras una larga noche.  El nuevo papa León XIV nos animaba: “La paz esté con vosotros: Dios ama a todos”. “Que la Iglesia sea un faro que ilumine las noches del mundo”.

 Jesús nos ha dicho que él y el Padre son lo mismo; que nadie arrebatará a ninguno de sus hijos, porque todos están bajo su protección. ¡Nuestro Padre Dios es un optimista empedernido! En momentos de desánimo, digámonos a nosotros mismos: «¡Estoy con mi Padre!». ¿Qué mal me puede ocurrir?

El autor del Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, imagina en su visión una multitud de toda raza, pueblo y nación, una muchedumbre incontable. Él habla de aquellos primeros mártires del cristianismo. Anima a los primeros cristianos a confiar plenamente en Dios Padre y en Jesucristo, el Cordero, que aparece como el pastor que los conduce hacia «fuentes de aguas vivas». Entre esta inmensa multitud estamos también nosotros, los que cada día nos esforzamos por mantener nuestra fe viva y transmitirla a nuestros sucesores.

«Yo soy el Buen Pastor –dice el Señor–, que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen». Quedémonos con este mensaje de esperanza. Dios es nuestro Padre y su hijo el que cuida de nosotros como Buen Pastor. Esto nos basta para seguir adelante en nuestra vivencia cristiana. «El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad dura siempre» (sal 99).

En el libro de los Hechos de los apóstoles se nos recuerda que, de aquellas reuniones dominicales para celebrar y participar en la eucaristía, los cristianos quedaban llenos de alegría y de Espíritu Santo. Que nos suceda lo mismo a nosotros.


No hay comentarios:

Publicar un comentario