miércoles, 14 de mayo de 2025

V DOMINGO DE PASCUA - C

Jn 13, 31-33a.34-35


Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:

- Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará). Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.

 

COMENTARIO

La gran novedad del mandato del Señor es amar como él nos amó, sin condiciones ni contrapartidas: amar sin esperar ser correspondidos. Este es el testamento que deja a sus discípulos en su despedida: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado, amaos también entre vosotros».

El libro de Los hechos de los apóstoles, que leemos en este domingo, nos relata de forma sencilla cómo actuaban aquellos primeros enviados; Iban recorriendo las comunidades cristianas animando, exhortando a perseverar; rezaban encomendándoles al Señor, en quien habían creído, y finalmente nombraban presbíteros que cuidasen de aquellas incipientes comunidades. En aquellas comunidades se esperaba su llegada con alegría e ilusión, porque transmitían el amor que el Señor Resucitado les había dejado como única ley: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado, amaos también entre vosotros».

Terminada su misión, regresaban a la comunidad de origen y compartían los logros que el Espíritu iba alcanzando por su medio en aquellas comunidades de creyentes.

Aquí tenemos todo un proyecto de vida. Nada de grandes tratados pastorales ni estrategias catequéticas especiales: el amor por bandera y el espíritu cargado de ilusión. Esto basta. El número de los que se adherían a la fe crecía día a día, afirma el libro de Los hechos de los apóstoles.

Los cristianos no podemos esperar a que los gobiernos tomen decisiones, siempre movidas por el propio interés político del momento, porque las lágrimas de los pobres no pueden esperar. Jesús se para en el camino de Jericó para escuchar al ciego que le grita desde la orilla del camino, atiende a los leprosos sin respetar la ley, manda parar a los portadores del ataúd en el que iba el hijo difunto de la viuda de Naín. El discípulo de Jesús tampoco puede esperar para hacer el bien y transmitir la propuesta de amor de Jesús.

En el evangelio de este día, Jesús nos deja un mensaje claro como despedida. «Amaos los unos a los otros como yo os he amado, amaos también vosotros». Nos habla de gestos concretos de amor. Estos gestos nos definirán como discípulos suyos ante los hombres.

La nueva Jerusalén, que el autor del Apocalipsis contempla, representa no solo el final de la historia, sino también el momento actual. Es esa ciudad que se construye a base de generosidad, de escucha, de respeto, de comprensión, de acogida, de interés de los unos por los otros. San Juan la veía como un futuro real. La edificación de esta ciudad es tarea de los discípulos de Jesús, forma parte de nuestro deber de cristianos.

Señor, queremos construir la ciudad futura, la nueva Jerusalén, en la que reine el amor; donde ya no haya lágrimas que enjugar, ni luto, ni muerte, ni dolor. Que todos los hombres seamos tu pueblo y tú, nuestro Dios. Amén. 

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