miércoles, 21 de mayo de 2025

VI DOMINGO DE PASCUA - C

 Jn 14, 23-29


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es la mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La Paz os dejo, mi Paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Si me amarais os alegraríais de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.

 

COMENTARIO:

Este domingo nos sitúa a las puertas de la despedida final del Señor Resucitado. El próximo celebraremos la Ascensión, momento en el que Jesús desaparece de la vista de sus discípulos; y seguidamente, Pentecostés, día en que la Iglesia celebra la venida del Espíritu Santo sobre el grupo de los apóstoles y discípulos orando en el cenáculo a la espera de su llegada.

La lectura de los Hechos de los apóstoles nos sitúa en ese primer concilio de Jerusalén, donde se reúnen los apóstoles para considerar el problema suscitado en Antioquía: Algunos cristianos provenientes del judaísmo pretendían que los no judíos adoptasen la Ley de Moisés respecto de la circuncisión. La decisión es unánime: Quien salva es la Cruz de Cristo.

Por otra parte, hay que ser conscientes del papel fundamental del Espíritu en aquella primitiva comunidad: «Decidimos, el Espíritu Santo y nosotros», dice el texto. La fuerza del Espíritu, que Jesús promete a sus discípulos en su despedida, llegará a partir de aquel día de Pentecostés y ya no le faltará a la Iglesia hasta el final de los tiempos. De todo eso es muy consciente aquella primitiva comunidad de creyentes y nosotros debemos tenerlo en cuenta siempre: El Espíritu Santo asiste con todo su poder a la Iglesia también hoy.

Otro aspecto a resaltar, de este breve relato del primer concilio de Jerusalén, es el sentido de comunidad que tenían los primeros cristianos. Todos se sentían llamados no solo a extender el anuncio del evangelio por todo el mundo conocido entonces, sino también a participar en las decisiones que tomaba el grupo. No era Pedro, ni siquiera el grupo escogido de apóstoles (Pedro, Santiago y Juan) quien decidía por su cuenta.

En la segunda lectura de hoy, el autor del Apocalipsis nos convida a contemplar la nueva Jerusalén (la Iglesia) en todo su esplendor. En ella ya no está el Templo, porque a Dios se le puede adorar y dar culto en todas partes (recordemos el encuentro de Jesús con la Samaritana: «Mujer, créeme, que llega la hora, cuando ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre»); tampoco hay necesidad de sol ni luna que brille, porque la luz que ilumina, a partir de ahora, es el Cordero (el Señor resucitado). Se trata de toda una visión destinada a alentar a aquellos cristianos que comenzaban a sentir el dolor de las primeras persecuciones. Esta visión nos tiene que animar a nosotros, llamados a habitar también en esta Jerusalén gloriosa.

En el evangelio de este día leemos una parte del testamento que Jesús deja a sus discípulos. Nos promete tres dones: amor, Espíritu Santo y paz.

Si nos amamos es señal clara que guardamos sus mandatos y que el Padre habita en nosotros y, en consecuencia, él también está en nosotros. La fuerza para amar nos la dará el Espíritu Santo.

Por último, nos deja la paz, que no es la paz que da el mundo, ejerciendo la fuerza de la violencia para imponer la primacía de los unos sobre los otros. La paz de Jesús es la paz que se consigue con las armas de la justicia, el respeto, la comprensión, el perdón y la hermandad.

Padre, la comunidad cristiana está en actitud de oración, a la espera del Espíritu prometido por tu hijo. Que este Espíritu nos recuerde y haga comprender sus enseñanzas, nos traiga la paz y llene de amor de los unos por los otros. Amén.

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